Columna


Acción y reacción

NADIA CELIS SALGADO

21 de febrero de 2011 12:00 AM

NADIA CELIS SALGADO

21 de febrero de 2011 12:00 AM

Al debate suscitado por la aplicación de la “discriminación positiva” le ha sobrado el tono personal y le ha faltado profundidad. Es preocupante el facilismo con que algunos profesionales de la información cuestionaron la legitimidad de las acciones afirmativas detrás de desinformadas defensas de la supuesta víctima. Más preocupante es que se obviara llevar la discusión a la razón de ser de estas medidas: seguimos siendo una sociedad racista. Para la muestra unos balineros.
Salta a la vista también la confusión en torno al propósito de la discriminación positiva: una acción de “reparación” indispensable para una sociedad democrática, que debe producir igualdad, no asumirla. En castizo, después de que te secuestraron, te forzaron a trabajar de sol a sol para otro y hasta a tus hijos te confiscaron, no basta que te digan “eres libre” y te manden con tres siglos de atraso, el trauma y el estigma, a empezar de cero, sin el capital económico que otros han acumulado a costa tuya.
No es casualidad que sigan siendo negros y negras los más pobres de esta ciudad. Hablo de negros porque me parece muy importante diferenciarlos de los mulatos. Si bien la “afrodescendencia” no puede calcularse solo por el color de piel, en una sociedad razocrática como la caribeña, donde el blanqueamiento es sinónimo de ascenso social, no puede menospreciarse el beneficio de tener una nariz “fina” o el pelo alisado. Los realmente negros no pueden darse el lujo de serlo a ratos o por conveniencia.
Las acciones afirmativas se ajustan a los marginales de cada contexto, en quienes se defiende como mérito el empeño en circunstancias adversas. Pues el título universitario puede ser el mismo, pero es más meritorio habértelo ganado cuando tenías que ir a clases sin almuerzo, o estudiar cuando el vecino se dignaba a apagar el picó. Se dirá, con parcial justicia, que la pobreza afecta a muchos blanquitos también. Estudié en colegio público y puedo dar fe de ello. Pero cuando aquella profesora dijo en clase que había que casarse con un blanco para mejorar la raza, no era mi raza a la que ofendía. Yo no he tenido que aguantar que me dejen por fuera de una discoteca, o que, por pararme a hablar en una plaza, venga un extranjero a preguntarme cuánto cuesta dormir conmigo. Contra esa violencia simbólica luchan mis amigas negras en esta ciudad todos los días. No genera el mismo rechazo que se note o no tu negritud, ni la igualdad de “derechos” te garantiza igualdad en respeto y oportunidades.
Todo esto no quiere decir que tu género y raza sean el único mérito a considerar. La acción afirmativa puede ayudar a tomar decisiones entre candidatos con méritos comparables, abrir espacios antes proscritos a ciertos sectores o llenar vacíos de representatividad social. No está hecha para hacerle favores, justificar la mediocridad de algunos, o garantizarle prebendas y hegemonías a los que con ella se sustentan. Pero esos son vicios politiqueros que no podemos adjudicarle a la acción afirmativa.
Nunca está una sociedad tan en peligro de retroceder como cuando se anuncia un avance. Algún cambio debe haberse percibido en la ciudad para que se alborotara la intolerancia racial. Seguirá pasando, porque, como muestra la era Obama, liberar la violencia reprimida es el precio a pagar por sacarse el odio de las entrañas. Por eso hay que defender lo avanzado, y aguzarse.

*Profesora e investigadora

nadia.celis@gmail.com

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