Me identifico con la columna de Orlando Oliveros, estudiante de la Universidad de Cartagena, publicada hace unos días en El Universal. Comentaba sobre los edificios de Los Morros, cerca del Hotel las Américas, que no dejaban ver el mar desde afuera.
Yo quiero escribir hoy sobre Castillogrande, donde tengo mi casa desde hace sesenta años. Siento que hemos perdido a los vecinos de las casas solariegas porque múltiples edificios de 15 ó más pisos se construyeron en las avenidas.
Estábamos acostumbrados los vecinos a sentarnos en las puertas de las casas en mecedoras para visitarnos a comentar la vida del momento. También nos atraía ver circular a las ayas con los niños en sus cochecitos y en triciclos, y ya más grandes, con bicicletas y patines.
Pasados algunos años fueron muriendo los padres y entonces los hijos mayores invirtieron sus herencias en la construcción de edificios de muchos pisos donde cada quien tenía su apartamento y algunos otros fueron vendiéndolos a gentes de otros lugares, atraídos por la belleza de nuestro territorio.
Indudablemente la vida moderna ha traído muchas comodidades y la gente se ha ido adaptando, pero no sabemos cuánto tiempo necesitaremos las personas mayores para entrar a esos cambios.
Adiós a las casas viejas y árboles grandes en los jardines.
Nos afectaría que se extendiera a otros lugares, sobre todo en Manga, en la avenida sobre la bahía donde hay muchos veleros estacionados luciendo orgullosos sus mástiles y perdiéramos así esos paisajes.
No son sólo los arquitectos nuestros que han dejado huellas de su creatividad sino que firmas de otros lugares han descubierto el gran negocio que es la demanda en Cartagena y acá se nos vienen para dejar rastros de su espíritu mercantil.
Tal vez por ser vieja, sueño con zonas de mi ciudad que perduran en mis recuerdos y posiblemente hay otras personas que desean conservar también lugares como el Centro, donde aún hay vestigios de nuestra ancianidad.
Cuando Don Pedro de Heredia llegó a este territorio en el siglo XVI, habitado por indios Caribes que vivían en bohíos de palma, ya se conocían las riquezas que se mencionaban en las tumbas de los indios del Sinú, y Heredia y otros conquistadores aprovecharon toda esa explotación. Heredia quizá motivó comenzar a construir casas con tendencia española y de allí surgieron las zonas del Centro, Santo Toribio, San Diego, Santo Domingo y Getsemaní, y llamó a este poblado Cartagena de Indias, donde se hicieron casas para los ricos españoles.
Parte de este relato podemos encontrarlo en el libro “Cartagena de Indias en el siglo XVI”, editado por Haroldo Calvo Stevenson y Adolfo Meisel Roca. También se encuentra en “El Ocaso del gran Zenú”, de Ana María Folchetti.
Bastante se ha escrito sobre la América y en especial sobre nuestra ciudad. Escritores de todas las zonas, desde Don Juan de Castellanos y autores ilustrados de este territorio.
Volviendo a mi despedida de Castillogrande, no debo olvidar en mis recuerdos a los pelícanos, pescadores blancos y grises a orillas de la bahía, ni aquellas lejanas garzas blancas en los árboles un poco distantes, pero compañeras a ratos de nuestra soledad.
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