Han transcurrido 25 años desde que Moisés Melo, editor por compulsión, me contó, en una de las tardes en sombra de Bogotá, que se iba para Cali a adelantar un proyecto de publicaciones de literatura para el grupo Carvajal.
Lectores y escritores hemos visto desaparecer, y sufrido por ello, las colecciones del Instituto Colombiano de Cultura, de fundación Guberek, de Oveja Negra, de Tercer Mundo, Valencia, Áncora.
Son tantas y nunca sustituidas por una ambición nueva que en ese entonces una noticia como la de Moisés Melo era recibida con descreimiento o como una fantasía que no tardaría en olvidarse. La flaca memoria nacional recordará que un jerarca de la cultura liquidó las publicaciones del Instituto de Cultura con la no comprobada tesis de que el Estado no tenía que ser editor. Que la boyante empresa privada llenaría el país de libros y crecerían los índices de lectura. Como tenía que ocurrir el Estado no editó más y tampoco construyó políticas de adquisición de libros nacionales para las bibliotecas.
La obstinación de Melo vivificó la fe. Después de unos meses un escritor venezolano, Uslar Pietri, y uno colombiano, Álvaro Mutis, inauguraron con sus novelas la colección La otra Orilla, de la editorial Norma, de Carvajal.
Un rápido repaso muestra el fecundo espacio que se articuló para la cultura desde una empresa colombiana. Se mejoraron los tirajes y la circulación de autores nacionales. Se apostó por autores nuevos, entre ellos: Santiago Gamboa, Antonio Ungar, Juan Gabriel Vásquez, Marco Schwartz. Se fundó una colección de poesía donde alternaban los de nuestra América con poetas de otras lenguas. Se estimuló el oficio de tra-ductor, Rodríguez, Suescún. Se publicaron en la colección Vitral ensayistas literarios de la mejor ley. Adquirieron como autor emblema a Gabriel García Márquez. Y disfruté del hábito que consistía en mandarles a libreros y reseñadores un ejemplar anticipado del libro por salir, en papel rústico y tapa de cartulina. Esto permitía mejores decisiones de ventas y reseñas meditadas. Para evitar las pestes del nacionalismo literario y sus coros acríticos la colección se acompañó de autores contemporáneos de Haití, del Reino Unido, de Sur África, de Canadá, de Francia, de Brasil, de África, México, Argentina, Nicaragua.
Así enunciado, e incompleto, parece una desmesura, pero es normal en una editorial con horizonte de permanencia. Esto es parte de lo que se ha tirado con indolencia a la caneca de la basura con la decisión de acabar la línea de literatura en Norma que cerró sus casas en México, España y Colombia.
Tiene algo de injusticia que la clausura de la editorial le haya tocado a Gabriel Iriarte, quien venía de una reconocida gestión en Planeta. Después de Moisés alcanzó a publicar al chileno Roberto Ampuero, los buenos y renovadores cuentos de Carolina Sanín, a Gonzalo Mallarino. Y una ironía, una empresa de la entraña de Cali es cerrada cuando las ministras de Cultura y Educación son de esa región. Con tanta textilera y tanto banco salvado por el Estado, por nuestros impuestos.
Así: ¿Cuál cultura, cuadro?
*Escritor
rburgosc@postofficecowboys.com
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