Columna


Aguas arriba

RODOLFO SEGOVIA

18 de diciembre de 2010 12:00 AM

RODOLFO SEGOVIA

18 de diciembre de 2010 12:00 AM

Colombia se ahoga. Aguas mil sin parar. En medio de la tragedia, el Procurador abre investigación a los gobernadores de zonas inundadas en el norte del país por presunta imprevisión. Déjeles trabajar, señor. No les distraiga ahora. Ya habrá tiempo para acusar a San Pedro o al mandatario del departamento del Atlántico, quien como su predecesor es hombre serio y cumplidor de su deber (el Atlántico tiene suerte), cuya única improbable culpa es apellidarse Verano en medio del diluvio.
Vale, empero, buscar al ahogado aguas arriba. La ruptura de la banca que contiene al canal del Dique se hubiese podido evitar. Bastaba actuar o, mejor, no interponerse. Hubiera sido suficiente una estructura de control robusta con esclusa en paralelo diseñada para acorralar las aguas del Magdalena y sus sedimentos a la entrada del cauce. Existen miles de obras similares en el mundo y hace 10 años las recomendaron para el Canal del Dique experimentadísimos consultores. El ministro de transporte, Andrés Uriel Gallego, se atravesó.
El señor Procurador podría examinar el tortuoso vacilar del funcionario, excepcional aún para sus acompasados estándares. Causarían estupor las descabelladas invenciones que acogió en la carrera por no hacer nada. Al fin, cuando terminaban sus 8 años ministeriales, Cormagdalena, presidida y orientada por él, otorgó un contrato imposible de ejecutar. Casi da vergüenza leer las glosas a los diseños que hizo la respetable firma internacional designada hace poco para su revisión. Quienes siguieron de cerca las ingenieriles piruetas del ministro no se sorprendieron. El descalabro era de esperarse.
De todo lo que se ha dejado de hacer, y que cuando se haga llegará algo tarde para campesinos de Manatí (Atl.) con el agua al cuello, es inconstruible sólo la joya de la corona, es decir, “la reducción de caudales” para acelerar la corriente e inducir la precipitación de sedimentos. Esta perla consiste en tres sucesivos estrechamientos enrocados del Canal, sin antecedentes en el mundo. Misión imposible. Un cálculo sesudo de la cantidad de roca necesaria reveló que el lecho fangoso del Dique se tragaría La Popa entera sin dejar rastro. Dictamen que han agradecido capitanes de los remolcadores que empujan aguas abajo por el canal convoyes de 6 botes cargados de combustible. Los más avezados chocan de todas maneras contra los bordes limosos del Canal. No querían ni pensar en el Lorelei de orillas enrocadas y estrechas.
La casa solariega de don Sancho Jimeno en las colinas de Turbaco contaba con agua abundante y cristalina. Allá fue a refugiarse después de la heroica defensa de San Luís de Bocachica en 1697. Debía alejarse del sitio de Cartagena. Ese fue el compromiso con su captor, el barón De Pointis. Desde la atalaya observó don Sancho con tristeza la abyecta rendición de la ciudad. Lo que nunca presenció durante sus 40 años en América fue el llanto de las colinas. Ha sido tal la lluvia esta temporada que rebosan los ojos de agua en las calcáreas de Turbaco y se derraman a mares por las faldas de la montañuela. Imprevisible, señor Procurador, lo que no es óbice para examinar la sospechosa y dañina pachorra de funcionarios que retrasan obras imprescindibles y precipitan desgracias.

rsegovia@axesat.com

 

 


 

 


 

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