Columna


Alcohol vs gasolina

LUIS EDUARDO PATERNINA AMAYA

13 de abril de 2011 12:00 AM

LUIS EDUARDO PATERNINA AMAYA

13 de abril de 2011 12:00 AM

Libar un aguardiente asistido por el sentimiento de la amistad, por los versos de un poeta y por el tembloroso movimientos de unos pechos, es darse la oportunidad de alcanzar uno de los mejores momentos de la convivencia. Es conjeturar sobre las más lindas oportunidades que nos ofrece la vida, es neutralizar todo asomo de estrés, o de preocupación, como decía mi abuela.
Obsérvese que uso la palabra libar y no tomar, ni injerir, ni tragar. Acariciar una copa de aguardiente con la suavidad con que lo hizo Jesús cuando ofreció aquel vino que metafóricamente asimiló como su sangre, no se refirió, como tampoco yo lo estoy haciendo, a la apología del tomador de licor que toca la irracionalidad devolviéndose a su escondida condición primaria, para transmitir cuan acto de irresponsabilidad pueda caber en su proceder. Unas veces para emprenderla consigo mismo, otras contra su familia y las más contra la sociedad que, finalmente, resulta protuberantemente afectada con su desafuero cuando combina el alcohol con la gasolina, asumiendo la conducción de vehículos que ponen en riesgo su propia vida y la de los demás.
Con una frecuencia asustadiza se observa en la televisión y las crónicas rojas de los periódicos, el grotesco espectáculo de la muerte de inocentes y desprevenidos transeúntes por la acción criminal de veloces borrachos que, hasta agresivos se tornan, como si la responsabilidad del fatal accidente fuera de otros y no de ellos.
Muchas campañas preventivas, persuasivas y pedagógicas se han adelantado por los medios, advirtiendo sobre la peligrosidad de la aleación alcohol-combustible, pero todas han sido inocuas e infructuosas porque ningún alicorado entrega las llaves ni piensa en el riesgo de arruinar su propia existencia, la de sus hijos y hasta la de todo su grupo familiar. No conozco todavía un beodo que no sea el mejor conductor del mundo, el más valiente y el que más dinero tiene. El misterio del licor cuando hace tantos milagros a la vez y precipita al tomador a su caída definitiva, lo encuentro en esa especie de ánimo que infunde, mas patrocinado por el demonio, que por la sensatez que da la inteligencia. Por eso el mal hay que enfrentarlo con penas fuertes que sean capaces de persuadir antes y no después de que la maldad haya entrado a la humanidad de un borracho.
El proyecto de ley que fue rechazado por el Congreso, más por motivos filosóficos que prácticos frente a la realidad contundente, debe volver a las Cámaras para tratar de salvar vidas inocentes por la acción de victimarios que sólo aprenden la lección con el endurecimiento de la sanción, porque con mimos, payasos, estrellas negras y entierros simbólicos interpretados por excelentes actores donde la sangre fluye como si fuera real, parece no haber funcionado con el borracho que jamás ha entendido, ni entenderá su irresponsabilidad cuando decide convertirse en un potencial homicida cada vez que conduce bajo los efectos del alcohol.
También es importante que los menores de edad y, en general, los jóvenes no emancipados, tengan una vigilancia inmediata por parte de sus padres para que la desgracia no toque las puertas de su hogar cuando, bajo el influjo del whisky, se inicien en la vida como unos lamentables delincuentes.

noctambula2@hotmail.com
 

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