Ha recorrido sus exposiciones y asistido a las conferencias que organiza sobre el arte colombiano un número de personas cuya suma en su primer quinquenio se acerca al total de la población de la ciudad que lo acoge. Eso lo convierte en uno de los museos más visitados del país y en una de las iniciativas culturales más destacadas en el ámbito nacional.
Realiza una incansable labor pedagógica que acompaña con investigadores, críticos y curadores de arte. Miles de niños de escuelas y barrios se benefician gratuitamente de esta labor. La ciudad se engalana con su publicidad y el sistema de transporte público le ayuda llevando por sus rutas la invitación del momento. Gracias a su labor, una vieja escultura pública, construida con fusiles y cascos de la guerra en un punto de confluencia vial, fue remplazada por una de arte abstracto del gran Carlos Rojas. Es la única que hay en su género por las tierras del Caribe.
Es la alternativa a una ciudad sin museos. No tiene sede: su labor la realiza en una bella instalación emplazada en la Ronda del Sinú entre árboles e iguanas del parque lineal que bordea el río tantas veces manchado de sangre. Lo ha logrado gracias a un convenio de colaboración bilateral con la administración del lugar y al apoyo de pequeñas empresas locales. Tampoco tiene personal empleado permanente. No paga servicios públicos y no tiene deudas. Porque no está adscrito a ningún ente estatal y por lo tanto no está en presupuesto oficial alguno. Los aportes financieros y en especie los consigue a punta de gestión que empieza por la demostración y el reconocimiento de su calidad impecable.
Es un museo de otro mundo posible. Museo arriesgado, comprometido y valiente por la complejidad del territorio donde cumple su misión. No desfallece en medio de una realidad espeluznante; no les tiembla el pulso a sus promotores para rendir homenaje a Yolanda Izquierdo, aquella líder asesinada, con la obra de la maestra Beatriz González, a pesar de lo peligrosa que podría ser. No le apuesta a la guerra, le apuesta al arte como bálsamo.
Un grupo de siete profesionales unidos por amor al arte lo inventó un día y otro día lo hicieron realidad. Lo dirige un artista riguroso que sabe que su propia obra será la última en exhibirse. Su imagen institucional fue un atinado logro de un diseñador empresario. Y todos sus miembros trabajan como voluntarios; les adeudan noches a sus familias cuando de pensar su orientación se trata. Calman sus dolores de cabeza con los ojos gozosos de los visitantes, con las filas largas de los que esperan ingresar. Es el Muzac, Museo Zenú de Arte Contemporáneo, un museo raro, un museo alternativo. Y la ciudad es, por supuesto, Montería.
*Profesor universitario
albertoabellovives@gmail.com
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