Columna


Así en la paz

ROBERTO BURGOS CANTOR

08 de septiembre de 2012 12:00 AM

ROBERTO BURGOS CANTOR

08 de septiembre de 2012 12:00 AM

Me preguntaba, en medio de la gritería, descalificaciones, imprudencias, odios, silencios y expresiones sensatas de estos días, si un reposo total de las opiniones no sería acaso una contribución al clima que se supone requiere un período de conversaciones cuyo destino sea la paz.
Tal vez la peor de las consecuencias de la guerra sea que la gente se acostumbra a sobrevivir en un estado que le parece de aceptable normalidad. Un caos sin escala iguala de la peor manera lo abominable. La muerte de un recién nacido. El robo de los dineros públicos. La amenaza contra la libertad de expresión. La calumnia. El despojo a los humildes. Soldados, policías y levantados en armas muertos y reducidos a unas cifras cuya única condolencia es la retórica de la venganza.
Y para empeorar las circunstancias Colombia, sus gobernantes y dirigentes, han tomado la opción de imponer la solución falsa consistente en cambiarle los nombres a la realidad para creer que así la modificamos.
Es probable que como todo aquello que no se soluciona tiende a agravarse ahora estemos enfrentados a los cinismos justificatorios de cada contraparte. Guerrilla, narcotráfico, bandas particulares de defensa. Un Estado impedido por su propia imposibilidad. Incapaz de tener un sistema de tributos distributivos y justos. Sin una justicia respetable y digna cuyas decisiones conforten al ofendido y regeneren al culpable.
A veces se tiene la impresión de que los únicos que recuerdan porque empezó este desangre son los levantados en armas. La autoridad al apegarse a las nominaciones, bandidos, bandoleros, terroristas, narcoguerrilla, se mueve en un aislamiento del pasado que la lleva a callejones sin salida. Parece olvidar que el modo actual es como el rey Midas, cuanto toca lo convierte en oro. ¿Oro para quién?
Así, además de la situación de doblegamiento moral, de la incapacidad de imaginar cómo se vive en paz, tenemos ahora a quienes encontraron la forma de enriquecerse con la guerra. Nada nuevo, pero tan difícil de aceptar para los diez justos de Gomorra, que no lo vemos.
La tremenda derrota de concebir el mundo como estas migajas de mediocre esperanza constituye una humillación. Hijos de Dios o del barro, inadmisible.
A quienes nos anestesiamos con la guerra de años, maltratados de una u otra manera, los millongones de colombianos que no tuvieron la oportunidad saludable de poner distancia, no estamos en condiciones de imaginar la paz. Es tan desalentador el asunto que hoy por hoy carece de respuesta política, religiosa, cultural. Estamos ahogados por el desmadre.
Se podrá pedir un acto de fe ¿? Dejar que el gobierno que fue elegido con suficientes votos asuma responsabilidades fundamentales para cambiar este transcurrir detenido ¿?
La vida es breve y la muerte eterna. Cada quien una endeble burbuja que mira con ternura o compasión su descendencia. Hay que arrojar las sospechas y la rabia, el sufrimiento y las astucias solitarias. Y por una vez aceptar que el entorno de la vida realizable requiere la paz. Después a discutir el resto.

* Escritor

rburgosc@etb.net.co

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