Columna


Pagar impuestos es poco grato, aún para quien practique alto grado de civismo. Pagar impuestos cuando se tiene fundada duda de su honesto destino, es odioso.
La contribución de valorización por beneficio general aprobada por el Concejo Distrital y regada por el Departamento de Valorización causó desazón ciudadana y protestas de personas de todos los estratos gravados. La Alcaldesa se apresuró a apaciguar los ánimos y pide a Valorización que revoque el riegue del tributo para dar espacio a la “socialización” de sus causas y fines.
Soy escéptico en cuanto a que cuando la ciudadanía conozca bien los proyectos, las opiniones cambien y haya complacencia en el pago. Me parece ilusa la Alcaldesa cuando espera que los ilustrados ciudadanos concurran alegres a pagar el impuesto. Las causas de la inconformidad son otras.
Muchos de los ciudadanos que protestan conocen la pregonada existencia del Plan Maestro de Drenajes Pluviales y saben de la necesidad apremiante de cumplirlo. Protestan no por ignorancia, sino por el fundado temor de que buena parte de los dineros de ese impuesto vaya a parar a bolsillos de particulares en virtud del manejo indecoroso, imprudente y amañado de la contratación pública.
Las gentes saben de las inundaciones que padecemos y reclaman los remedios. Pero también saben cómo se conduce nuestra administración pública. Morenos y Nules no son producto exclusivo del altiplano bogotano.
Las gentes temen que Valorización Distrital disemine contratos, con criterio de dividendos políticos y electorales, sin preocupación por determinar con claridad su objeto y sin unas prioridades rigorosas. Como quien dice, hay unas millonadas para gastar, acorde con la moda de multiplicar el número de contratos para presentar una aparente democracia en la contratación, como si ello por sí solo implicara acierto, honestidad y seriedad.
He oído a contratistas avezados e ingenieros entendidos en estos asuntos preguntarse: ¿existe un estudio que haya determinado cuánto valen las obras de ese Plan Maestro, y en caso dado, existe un programa de contratación consistente con un plan lógico de trabajos? ¿Ya se está ejecutando el plan con contraticos dispersos para alegrar bolsillos de amigos, despertar contraprestaciones electorales o suscitar gratitudes dinerarias?
La terrible verdad es que vivimos una honda crisis de confianza en nuestros administradores públicos. Esa crisis desarraiga los más fuertes civismos, desajusta la más robusta ética social e invita a razonar que ser cabal cumplidor del deber tributario es contribuir a la perversión burocrática y la corrupción de particulares. La función pública se identifica, con bastante razón, como la más generosa fuente de enriquecimiento que depara prestigio y ascenso político, con impunidad casi garantizada pues los llamados entes de control no escapan a la enfermedad general del aparato estatal.
Ésa es la terrible verdad. No se quiere pagar impuestos porque no se cree en la seriedad de los administradores.
¿Qué piensan los aspirantes a alcalde? La valorización, Transcaribe, el carrusel de Edurbe denunciado por Dinero, el túnel innecesario, el emisario submarino y muchos otros, debieran merecer obligantes y prioritarios pronunciamientos de todos los candidatos. Son asuntos escabrosos que deben afrontarse y ventilarse con claridad y responsabilidad, sin populismo y sin temor a perder respaldos, aún de ilusionados contratistas que resulten frustrados.

*Abogado –Docente Universidad del Sinú – Cartagena hhernandez@costa.net.co

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