Seguro y plenamente convencido de hacerlo, he dicho muchas veces que borraré mi cuenta de Facebook y nunca más volveré a esa vitrina de interacción, chisme y vanidad rayana en el narcicismo, que ha terminado por alterar mi rutina diaria.
Me levanto temprano y lo primero que hago es revisar los mensajes en el “muro”. Protágoras dice que hoy es un lindo día en Atenas para hablar de ortoepía, que no lo es para el buen Anquises que sigue esperando a que Afrodita baje al monte Ida para poseerla nuevamente. Hiperión informa que salió de casa antes de que el sol apareciera en el firmamento, mientras que Espartaco no deja de esgrimir arengas en defensa de los esclavos del Imperio. Menelao, a quien estoy a punto de borrar de mis contactos, afirma que si cliqueo la opción “me gusta” podré casarme algún día con alguna princesa de la lejana Grecia, en tanto que Zenón afirma que me lloverán mil maldiciones si rompo la cadena de Parménides, no compartiendo su filosofía en la red.
Entre desayuno y almuerzo estoy “conectado” a través del Iphone. Nefertiti me envía un mensaje privado: “es urgente lo que tengo por decirte”. La expresión calenturienta atrapa mi atención. Respondo intrigado por saber qué es eso tan importante. “Figúrate que Osiris anda hablando pestes de ti, y bla, bla, bla…;”. Segundos más tarde, Carlomagno publica ochocientas treinta y dos fotografías de sajones convertidos al cristianismo, sus nuevas posesiones en la Europa Occidental y de su padre, el rey Pipino. Estoy viendo las fotos cuando, de repente, mi esposa entra en escena con un aire bárbaro en el rostro y diciéndome que suelte el “bendito” teléfono porque es hora de almorzar.
Dos cucharadas de sopa hirviendo son alternadas con rápidos vistazos al laptop que, sugestivo, reposa en el extremo del mesón de la cocina. Un sonido tenue me anuncia la entrada de un nuevo mensaje. El semblante de mi esposa se me antoja dantesco. Quien me escribe es Virgilio para hablar del camino al infierno y el purgatorio, que me pide recorramos juntos. Cuando quise responderle, diez minutos más tarde, afortunadamente para mí estaba desconectado.
Entre el almuerzo y la cena debo redactar un par de columnas de opinión. Tengo abiertos mis dos correos electrónicos y, por supuesto, Facebook. Escribo dos palabritas y observo qué ocurre en la red social. Las columnas pueden esperar –me digo-, pero no un sabio consejo a Isis, quien acaba de escribir que está molesta con María porque en algunos templos las confunden. “Estúpido, no es un problema de identidad”, me dice y enseguida procede a borrarme de sus contactos. María me invita a una conversación en videochat. Puedo verla cargando un bebé hermosísimo. Corté la comunicación casi de inmediato para evitar que mi esposa malpensara.
Durante la cena ocurre casi lo mismo que en el segmento del almuerzo. Góngora y Argote escribe que lo siguen criticando por aquello de “ándeme yo caliente, ríase la gente”. Lope de Vega dice que no puede olvidar la afrenta de su amada Elena.
Llega la noche. Reflexiono en cama sobre el tiempo perdido en Facebook y no por cuenta de Proust. Entonces me digo: ¡mañana borraré mi cuenta! Eso fue hace un año…;
*Rotaremos este espacio entre distintos columnistas para dar cabida a una mayor variedad de opiniones.
dacaspe@gmail.com
NOTICIAS RECOMENDADAS
Comentarios ()