Columna


Aurelio Martínez

CARLOS VILLALBA BUSTILLO

16 de enero de 2011 12:00 AM

CARLOS VILLALBA BUSTILLO

16 de enero de 2011 12:00 AM

Muy lejos me sorprendió la noticia de la muerte súbita de Aurelio Martínez Canabal, un amigo entrañable de quien hubiera querido escribir algo más coherente si, en el momento de redactar estas líneas, no estuviera aún bajo el impacto de la inesperada mala nueva, pues no es fácil acostumbrarse a la idea de que el viaje que le impuso la fatalidad privó a Cartagena, al país, y nos privó a nosotros, sus coterráneos, de la existencia de un ciudadano ejemplar.Compartí con él muchos acontecimientos gratos. Primero fue el secretario de Educación que me entregó el diploma de bachiller, después el compañero de trabajo en el entonces llamado Ministerio de Minas y Petróleos, más tarde el confidente discreto en las horas difíciles y en todo instante el consejero prudente que jamás pasó la línea que la elegancia espiritual fija al respeto de los actos ajenos. Los buenos, claro está.
En los gobiernos departamentales de Eduardo Lemaitre, Blas Herrera Anzoátegui y Jaime Angulo Bossa dirigió la Educación con tino y sensibilidad. Numerosos estudiantes pobres becados por Martínez Canabal pudieron titularse en universidades norteamericanas y europeas merced a los reconocimientos que hizo de los mejores promedios de la secundaria en los colegios oficiales: el Liceo de Bolívar de Cartagena, el Joaquín F. Vélez de Magangué, el Pinillos de Mompox y el Simón Araújo de Sincelejo (Sucre no existía).
Dos realizaciones claves pusieron a prueba su talento y su formación profesional: el funcionamiento eficaz de la extinta Empresa Colombiana de Minas, creada por el ex presidente Lleras Restrepo y su ministro Carlos Gustavo Arrieta Alandete, y el Código Minero vigente, un cuerpo de normas que facilitará, sin duda, los trámites para la exploración y explotación de nuestro subsuelo en estos tiempos en que tanto se habla de bonanza.
Aurelio fue el alma y nervio del Congreso Internacional de Minería, Petróleo y Gas, que se reúne en Cartagena todos los años con la participación de los dómines de esos dos sectores productivos de los países iberoamericanos: ministros, inversionistas, consultores, compradores, técnicos y trabajadores. Ocurrencia que le surgió del convencimiento que tenía de que el futuro económico del país apuntaba hacia el potencial colombiano de esos recursos. En la organización del Congreso del 2011 andaba cuando se le rompió la víscera noble que más ennobleció su personalidad.
Poca gente sabe que Martínez Canabal era el presidente en ejercicio del Organismo Latinoamericano de Minería (OLAMI). Su exaltación a esa alta dignidad obedeció, precisamente, a los éxitos anuales de aquel evento que Aurelio siempre presidía, gracias a las cifras, la información y los estudios que los expertos aportaban en sus deliberaciones. La forma y el entusiasmo con que fue aclamado dieron la medida de la admiración que sus esfuerzos y su visión suscitaron. Qué buen ministro de Minas y Energía hubiera sido de cualquier gobierno y de cualquier presidente de cualquier partido. No lo fue, sin embargo, porque suele suceder, como dijo Tomás Eloy Martínez, que los sacrificios de la inteligencia valen menos que un imprevisto golpe de suerte.
Pero hubo algo en la vida y la trayectoria de Martínez Canabal que sobresalió sobre todo lo demás: su condición de caballero, sus maneras de gentilhombre y la pureza de sus gestos. Cuadraron sus virtudes en una expresión de Borges que parecía ser el norte de su recorrido vital: "La obra más importante de un hombre es la imagen que deja de sí mismo en la memoria de los otros".

*Columnista y profesor universitario

carvibus@yahoo.es
 

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