Columna


Bodas Reales

ÓSCAR COLLAZOS

30 de abril de 2011 12:00 AM

ÓSCAR COLLAZOS

30 de abril de 2011 12:00 AM

¿Cuál es el interés que puede tener entre millones de plebeyos la realización de una boda real? Es más: ¿qué atractivo tiene para el mundo republicano en el que nos movemos el matrimonio de un príncipe que algún día será Rey de una de las monarquías más antiguas de Europa?
En las últimas semanas, la prensa de todo el mundo anotó cada uno de los pormenores de la boda. Una de las cosas que más me llamó la atención fue la lista de invitados: personajes de las monarquías europeas, cantantes y celebridades del espectáculo. El hijo de la Princesa Diana parecía estar respondiendo a un protocolo bastante peculiar: nuestros amigos no son muchos de los que ustedes creen que son.
Uno pensaría que Guillermo y Kate pondrían sus ojos en los líderes mundiales de las repúblicas que mandan en el mundo, pero le dieron al matrimonio un sello privado, tan privado que mientras las cámaras de las televisiones madrugaban para tomar el magno evento, un ex primer ministro del Reino Unido atendía en Colombia la invitación de su amigo el presidente Santos. ¿Qué deuda le estaban cobrando al Primer Ministro que obligó a la Reina a ir a los funerales de Lady Di?
Ministerios de las monarquías que no entendemos los republicanos. Ni siquiera los que vimos El Discurso del Rey. Nuestra curiosidad hacia esta clase de fastos sigue estando intacta, como si el imaginario de la infancia, plagado de castillos, reyes, reinas y príncipes siguiera siendo superior al ceremonial más bien vulgar de los rituales republicanos.
Quisiera creer que lo que le gusta a millones de plebeyos es la supervivencia de esa rareza, monarquías que remiten al imaginario de nuestra infancia. Soportamos mejor las fantasías que la realidad. La monarquía propicia ese viaje. Un presidente republicano que se casa no excita las fantasías de nadie. Menos aún la boda de sus hijos, porque estos no serán herederos y la novela del poder sin tronos tiene apenas uno o dos capítulos sin continuidad.
En el fondo, nos interesa pensar en la felicidad de los novios como sustituto de nuestras mediocridades o desgracias. Nos encandila el fasto de la ceremonia, el uniforme de él, el traje de ella, los coches tirados por caballos de fábula, el fondo suntuoso e imponente de Buckingham y la certidumbre de que en este palacio de reyes y príncipes hay siglos de episodios felices y desgraciados. Nos conmueve recordar ahora la tragedia de la princesa muerta en un túnel de Paris, despreciada por su suegra la Reina pero amada por millones de británicos.
Los plebeyos sienten una extraña clase de amor hacia las monarquías. No importa si se trata de un simple Principado. Carolina y Estefanía de Mónaco fueron princesas de un principado mediocre pero no importaba.
El misterio de esta pasión por los tronos reales no acabó con la Revolución francesa, cuando se guillotinaron reyes. Seguimos amando el exotismo de las fábulas antiguas. Quizá por esto, el ex primer ministro decidió viajar a Colombia, porque aquí la realidad estaba lejos del disgusto que le produjo a la reina Isabel tener que untarse de pueblo en los funerales de esa loca muchacha, madre del muchacho de disfraz rojo que se casó con Kate Middleton.
  
*Escritor

salypicante@gmail.com

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