Columna


Buen viaje, Ernest Hemingway

CLAUDIA AYOLA ESCALLÓN

22 de noviembre de 2012 12:00 AM

CLAUDIA AYOLA ESCALLÓN

22 de noviembre de 2012 12:00 AM

Conocí a Ernesto McCausland hace algunos años por una diferencia, y de allí en adelante nuestra relación estuvo más basada en los desacuerdos que en los acuerdos. Uno aprende a querer a la gente también por su capacidad de pelear, mantener las posiciones con decoro, y al final pensar que se debe tomar un café.
Yo había escrito una columna en Revista Viernes sobre la participación de una cantante llamada María Mulata en la ceremonia de coronación del Concurso Nacional de Belleza.  Me indignó ver a esta mujer disfrazada de bullerenguera, una simulación absurda de cantadora en el auditorio Getsemaní, como si Etelvina Maldonado ya se hubiese muerto. 
En aquellos días, Etelvina vivía en una casita de tablas en El Pozón, que bien describió el periodista David Lara Ramos en un texto que tituló La casa Maldonado. Lara cuenta que Etelvina alquilaba lavadoras para sobrevivir y que hablaba de las veces que los políticos le habían prometido una casa. Sin embargo, con Etelvina Maldonado aquí cerquita, el Concurso celebraba la gala con la presencia de una joven, que aunque quizá cantaba bien, no se acercaba a lo que significa ser una cantadora. 
Yo pensé que a un remedo de bullerenguera había que contratarla cuando las demás se hubiesen muerto. Extintas por la débil valoración, quizá. Pensé que era absurdo traer a una cachaca a cantar lo que para estas viejas de acá era su vida.
Después que publiqué esa columna, empezó mi primera discusión con Ernesto. De allí en adelante pasamos discutiendo siempre. Sin embargo, en el terco desacuerdo, respondía a su dulzura llamándolo “Ernest Hemingway”. Uno aprende a pelear cariñosamente y a entender que para tener los corazones cerca no se necesita pensar igual.
Por él escribo para El Heraldo, periódico donde puntualmente publico cada domingo.   Hace dos semanas le dije que regresara, que había demasiado silencio y que me mataba del aburrimiento no tener con quien pelear.  Ya no contestó y ya yo temía que no volviera.
Ahora, frente a su muerte, detesto ver todas esas noticias y comentarios sobre el gran periodista que fue. Como si no viniesen otros mejores y más premiados. Hombres con más títulos nobiliarios, más producción, más lo que sea. No se puede reducir al ser humano a eso. No me importa el periodista ni el personaje, lo que me importa es que Ernesto haya tenido que luchar tanto y que finalmente haya muerto. No se vale. Con tantos desgraciados por allí, volviendo este mundo un infierno, no se vale que se vayan aquellos que tienen capacidad de soñar con la vida.
Ernesto y yo éramos como dos niños de primaria que pelean todos los días en el colegio, pero que cuando uno no va a clases, el otro lo extraña. Fuimos cercanos en la diferencia constante y aprendimos a querernos de esa manera. Sigo pensando que uno no debe quedarse con los te quiero en la boca, y que la muerte debe enseñarnos a mirarnos más a los ojos, para que nos coja confesados, no de los pecados sino de los amores. Buen viaje, Ernest Hemingway.

*Psicóloga, activista, defensora de derechos humanos.

claudiaayola@hotmail.com

Comentarios ()

 
  NOTICIAS RECOMENDADAS