Columna


Casa por cárcel

MARTHA AMOR OLAYA

02 de abril de 2012 12:00 AM

MARTHA AMOR OLAYA

02 de abril de 2012 12:00 AM

Casa por cárcel tienen las jovencitas que encubren a los asesinos de Luis Andrés Colmenares. Aquel estudiante costeño de los Andes, cuyo pecado fue pretender a la novia de un niño malcriado.
Casa por cárcel les dan a los delincuentes de cuello blanco y percudido que inventan enfermedades o los beneficia una serie de argumentos sosos que terminan validando el adagio popular y resentido de que la justicia es para los de ruana.
Pareciera con estos ejemplos, que la casa por cárcel es una recompensa. Pues bien, esa es la recompensa que nos dieron a los cartageneros por ser los anfitriones de la Cumbre de las Américas.
Estaremos encerrados, arrinconados en nuestras casas, al borde de la desesperación, mientras los jefes de Estados de América simularán arreglar el continente e importarles nuestras vidas.
Tanto le importan, que nos dieron casa por cárcel siendo inocentes de toda culpa. Tenemos culpa de sobrevivir esta ciudad, nada más.
Nuestras rutinas serán destruidas por un decreto firmado en un cuarto frío que funciona cual burbuja de nuestra realidad de 37° centígrados. La burbuja se expande para meter a los jefes de estado y sus acompañantes. Fuera de ella, persisten nuestras miserias.
Mostraremos una ciudad de mentiras, sin gente en sus calles, sin sus trancones cotidianos, sin los huecos parte carros, sin el reflejo de la necesidad que supone tomarnos el espacio público y acosar al turista para que con la venta del día demos de comer a la familia.
Todo esto en nombre del desarrollo. Un desarrollo medido en términos de crecimiento económico y no de la ampliación de las capacidades humanas que plantea el nobel de economía Amartya Sen. Un desarrollo cuyo centro no son personas que gozan de la libertad necesaria para “vivir la vida que valoran”. Es realmente un desarrollo inhumano. No nos tratan como gente sino como ganado, y peor, porque el arreo no es para comer pasto sino cable, ya que la mayoría de los vendedores de la calle no tendrán como percibir ingresos.
En estas “vacaciones forzadas” no podremos ir a la playa, pero tampoco al Centro, ni a Bocagrande, que hasta donde sé, son las zonas turísticas de la ciudad, es decir, los lugares para “visitar”.
Este tipo de desarrollo turístico y del espectáculo, reproduce, casi multiplica los espacios que desplazan al grueso de la población. Es a mi modo de ver, la máquina destructora de la dignidad social. Una especie de negación reiterada al derecho que tenemos de vivir y habitar nuestra ciudad.
Con el vago discurso de que es bueno para todos, la vana ilusión de la farándula, de una portada de revista y una mención en el Times, afianzamos la actitud servil que para lo único que nos ha servido es para que nos abusen.
Mientras seamos incapaces de ponderar ecuánimemente las acciones más inmediatas que demanda nuestra sociedad, estaremos condenados al fracaso de “las buenas intenciones”.
Los que puedan, tomarán un avión para hacerle compañía a Luis Carlos Restrepo en el exterior, evadiendo la Casa por Cárcel que nos impone la Cumbre. A los de ruana como siempre, nos tocará pagar la condena. Todo, por amar Cartagena.

*Comunicadora social

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