Columna


Duele la situación ruinosa de los partidos políticos en Colombia. El panorama de las elecciones regionales confirma el deplorable cuadro, sea que se tome como referencia la capital de la república o los más pequeños poblados.
Los partidos mostraron estar carentes de un bagaje ideológico que les permitiera plantear propuestas de carácter universal para corregir los graves males que aquejan las administraciones departamentales, municipales y distritales. La presencia de los partidos casi que se ha limitado a la expedición de avales, especie de pasaporte para que las autoridades electorales inscriban candidatos, expedición que ocurre después de personalistas pujas internas o de un cálculo de posibilidades de arrancar al potencial elegido cuotas de gobierno. Las calidades de los candidatos y la fidelidad a un ideario poco cuentan.
Y esta debacle es casi general. El caso de Cartagena es elocuente: el partido Verde, el que ufano gritaba que no todo se vale, dio muestras de ausencia de valores al acoger como candidato a alguien que hasta pocos días antes peleaba por el aval del partido liberal, y luego lo repudia por razones éticas que todos sabían pero que el partido no vio. El partido Conservador avala una candidata y la deja expósita pues sus dirigentes tenían asegurados puestos de comandos en otras candidaturas; la U lanza candidato que no quiere y lo abandona de inmediato, porque sus encopetados conmilitones estaban anticipada y no tan soterradamente comprometidos con otro postulante. El partido Liberal se declara incapaz de lanzar candidato al igual que Cambio Radical.
Ningún partido, en forma unificada y racional, ha presentado un cuerpo de ideas y de proyectos que signifiquen una línea de pensamiento y acción para enseriar las descaecidas administraciones regionales minadas por la corrupción y el fulanismo.
La fatiga de los partidos es palpable. Sus direcciones nacionales, regionales o locales son casi anodinas, salvo el papel de repartir avales sin reglas precisas y con mayor atención a conveniencias coyunturales.
Las empresas electorales particulares siguen prosperando, dentro o fuera de los partidos, en un ambiente que permite predecir que en muchas ciudades y departamentos la gobernabilidad quedará empeñada de antemano a un archipiélago de sostenedores de la causa ganadora. Tan grave es la situación que, aún en Cartagena, el candidato que, conforme a las encuestas, podría significar la ruptura con esas empresas ha cedido ante ellas y ha entrado a recibir el apoyo de ciertas personas que han transitado por la administración pública sin dejar una estela de buen gobierno.
Pareciera que las elecciones son una oportunidad para que algunos apuesten a recomponer sus maltrechos patrimonios con las ganancias que las cuotas de gobierno que adquieran a cambio de respaldo a algún candidato. Esto es, una venta de votos en mayor cuantía, pues no hay diferencia entre quien entrega su voto por unos billetes y quien endosa su respaldo y el de sus adherentes a cambio de presupuesto o de contratos.
En suma, a mi modo de ver, en estas elecciones la democracia y la institucionalidad resultarán más averiadas de lo que están hoy. El manejo departamental y local seguirá siendo una distribución amistosa del gobierno entre los ganadores, cual la distribución de utilidades de una sociedad comercial.

* Abogado – Docente de la Universidad del Sinú - Cartagena

h.hernandez@hernandezypereira.com

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