Columna


Ciudad ajena

MARTHA AMOR OLAYA

05 de marzo de 2012 12:00 AM

MARTHA AMOR OLAYA

05 de marzo de 2012 12:00 AM

Quizás los fundadores de la ciudad lo intuyeron y por eso la bautizaron de tal forma que nuestra carta de presentación o el menú de ofertas de la ciudad es ajeno. Quizás fue que las heridas de los sitios que sufrió la ciudad no han sanado o los héroes fueron todos fusilados.  No sé, lo cierto es que la ciudad no es nuestra y nos la hemos dejado quitar sin luchar a muerte por ella.
Una ciudad cuya marca fue creada por españoles quizás para recordarnos una sangrienta colonización que nos marcó y hoy nos remarca con síntomas de un neocolonialismo consentido.
Una ciudad que en lugar de enriquecerse con los grandes eventos que en ella se realizan, paga caro la vana ilusión de creer que es “bueno para la ciudad”. ¿Bueno? ¿Será bueno cuando sus habitantes no son invitados, todo por el contrario son excluidos? ¿Bueno cuando los anfitriones se someten a toda clase de incomodidades por servir y agradar a quienes sólo tienen una mirada despectiva y una actitud discriminatoria? ¿Bueno cuando el gobierno invierte en lo que no revierte socialmente?
Los ciudadanos han tenido que vivir una suerte de desplazamiento urbano, menos violento que el rural pero igual de humillante. La libre movilidad por los sitios que eran suyos y que tenían significado por el uso que se les daba, se convirtió en la prisión demarcada por las vallas que los aleja del espectáculo del que no son protagonistas, y los relega a espectadores indignos de la cultura de “elite”.
La vida del cartagenero transcurre en imágenes surrealistas de belleza, orden y perfección en medio de una realidad caótica, sucia y miserable. Así nos la pasamos, perfumando hedores inocultables, provocando un revuelto nauseabundo de olores despreciables.
Nos sentimos orgullosos de todo lo que aquí pasa y la pertenencia la demostramos tirando basura por la ventanilla de los vehículos y orinando las murallas. Y es que no podemos sentir pertenencia cuando nada es nuestro.  Cuando disparan al interior de un bus y los policías están ocupados entrenándose para la cumbre. Cuando llegan los cruceros y privilegian el parqueo de los buses de turismo de un día, frente al del ciudadano que lo necesita y utiliza diariamente. Cuando levantan al ciudadano de una mesa de un restaurante o le impiden la entrada a un lugar por favorecer al foráneo. Cuando los eventos se montan y el personal que se contrata lo traen de afuera. Cuando se cierran las plazas para eventos que apreciamos desde la barrera y una romántica caminata termina desviándose por  tortuosos caminos minados de desechos de caballos cocheros. Cuando un gran hotel se construye sobre la arena de la playa y su robustez roba brisa,  vista al mare interrumpe la línea infinita del horizonte donde ponemos nuestros sueños. Justo allí, cuando perdemos el lugar común donde fijamos nuestros sueños, es donde se pierden las razones para la esperanza.
No terminaría de citar ejemplos y aun así un turista se ofendió porque lucía un botón de la campaña “Primero los ciudadanos, después vienen los turistas”, me dijo que lo ofendía, pero al enterarse de las razones de esa protesta manifestó que no cambiaría su ciudad lejana y desconocida por una cotizada y ajena como Cartagena.

* Comunicadora Social-periodista

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