Columna


Ciudad y memoria

ÓSCAR COLLAZOS

09 de julio de 2011 12:00 AM

ÓSCAR COLLAZOS

09 de julio de 2011 12:00 AM

Llevo algunos meses tratando de acuñar un neologismo: Mangattan, para referirme al viejo barrio de la isla de Manga. Sin ánimo de ser apocalíptico, creo que dentro de pocos años sólo van a quedar en esa zona vestigios de la que fuera una de las joyas arquitectónicas de Cartagena de Indias, símbolo del renacimiento urbanístico de la ciudad en las tres primeras décadas del siglo XX.
Antes de conocer Cartagena, había oído hablar de Manga en conversaciones de muchos años y alcoholes con Germán Espinosa, Roberto Burgos Cantor y Arnulfo Julio. Poco antes de morir, cuando bromeaba diciéndole que le seguía guardando su silla para el regreso a Cartagena, Germán quiso saber si yo compartía su entusiasmo por ese barrio, entrañable para su generación.
Le respondí que lo compartía, pero que ese entusiasmo iba a durar muy poco tiempo: el objeto de nuestra admiración estaba cayéndose a pedazos (o lo estaban empujando a su caída), para ceder a un modelo de edificaciones altas y sin gracia. Lástima que Germán no pueda atender ahora mis quejas. Le hubiera hablado de un nuevo urbanicidio, cometido sin que ninguna autoridad local o nacional pudiera evitarlo.
Le habría contado que una bella casona de ese estilo ecléctico que tan bien conoce y describe el arquitecto Alberto Samudio (ubicada, si no estoy mal, en una esquina de la Calle Jiménez con calle de la Asamblea), acababa de ser derribada para levantar en el lugar un edificio de apartamentos. Le hubiera hablado de la indignación que se siente cada vez que una ciudad pierde, por la mezquina voluntad de sus propios hijos, las huellas de su pasado inmediato y remoto.
No hay día en que no aparezca la silueta de un nuevo adefesio arquitectónico. Fíjense bien cuando se entra a Manga por el puente Román. Por eso dejé de llamar Manga al sector que, visto desde Castillogrande o la bahía, muestra a la ciudad que quieren levantar los especuladores de suelo y vivienda. Y, lo peor de todo, una ciudad que está sepultando las huellas de épocas anteriores.
En adelante, la Historia será una memoria sin espacio arquitectónico que la sustente. Los abuelos no llevarán a los nietos al lugar donde nacieron sino a un nostálgico álbum de fotos. El “aquí está” será substituido por el “aquí estuvo.”
Hace unos días imaginé lo que sería dentro de veinte años otro sector de gran significación histórica, aquel que, visto desde El Cabrero, alzando la vista hacia Chambacú, lleva la mirada al cerro donde se levanta el “castillo” de San Felipe. El ángulo que me llenó de espanto mostraba una altísima sucesión de rascacielos en Chambacú.
El San Felipe de Barajas estaba ya sepultado y escondido visualmente por un cordón de edificios de 12 y 20 pisos. Reprimí el deseo de imaginar como parte del amueblamiento del sector una estatua de los benefactores Carlos Mattos y Pedro Gómez, descubierta en 2012 por el nuevo alcalde de la ciudad. Total: el futuro se imagina con lo que ha empezado a hacerse en el presente.
Y así como va a ser imposible ver desde Castillogrande el cerro de la Popa, tapado por la línea de edificios que se apretujan en Mangattan, más difícil va a ser encontrar la silueta por ahora felizmente visible del San Felipe de Barajas.

*Escritor

salypicante@gmail.com
 

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