Columna


Coco

AUGUSTO BELTRÁN PAREJA

14 de abril de 2012 12:00 AM

AUGUSTO BELTRÁN PAREJA

14 de abril de 2012 12:00 AM

Las palmeras bailan brisas y, como las mujeres del Caribe, se mueven con gracia al compás de la música que llevan por dentro.  “Borrachas de sol”, son elegantes, altivas, y seductoras. Su pariente, “cocos nucifera” según científicos, o simplemente el palo de coco, es un hombre serio. Soporta fuertes vientos que silban y aúllan. Sabe que cada viento trae una enseñanza. De la desmesura y el equilibrio ha heredado veleidades, y extraído la armonía. Las turbulencias del cerebro van emparejadas a la rosa de los vientos, y si estos moldean rocas, bruñen árboles y peñascos hasta templarlos, del mismo modo que conforman los perfiles del alma. Los vientos del sudeste traen tempestades, y convierten velas y palos de coco, en parte esencial del pensamiento.   
Cimbreante y fibroso no sólo cansa a la brisa, sino que combate la adversidad, poniéndole el pecho. El coco tiene el empaque por excelencia. Durante millones de años, este fruto tropical ha poblado islas y playas, al transportarse, de unas a otras, en su cáscara flotante.
El agua del coco que está llena de electrolitos es la más saludable bebida. Según Amparo Grisales es prodigiosa para recuperar la juventud perdida. Los humanos y los dioses la han usado durante 500 mil años para destinos gloriosos. El palo de coco es romántico símbolo de tranquilidad, sosiego y bienestar.
El coco tiene trascendencia. Es persuasión, cuando se dice comerle el coco a alguien. Llevar una persona a pensar algo, a actuar de cierta manera.
El coco es cerebro, cabeza, inteligencia superior. La obsesión o el pensamiento firme sobre algo se definen con comerse el coco. También suena a pasión delirante: “estoy medio loco, por romper el coco, que tengo contigo”.
Pero coco igualmente es un ser fantástico, con el que se asusta a los niños. Aunque esté al sol y los vientos, el coco se asocia con tinieblas y supersticiones para amedrentar criaturas inocentes. “Cocotazo” entre nosotros, es un golpe en la cabeza, que ha enseñado  más que la paciencia y sabiduría de muchos pedagogos. Cogotazo es otra vaina.
Ha presidido nuestra dieta el emblemático arroz con coco. Esa sinfonía del dulce que excita las papilas y regocija los espíritus.
Nos contaban que en el Concejo de Cartagena, en los años 40 del siglo pasado, en un célebre debate algún prominente edil, pidió explicación sobre un tema, y el Concejal Romero Aguirre, agresivo, con voz de trueno, le reprochó: “eso le pasa a usted por haberse ido a Barú, a comer coco”.
Se formó una tempestad, por cuanto el  aludido protestó diciendo que él nunca había comido coco. “Jamás he hincado el diente  en la nuez de la corteza que reviste el coco”. “Eso sí, lo he comido en variados platos de la cocina cartagenera”. Romero volvió al ataque diciéndole “Concejal come coco”. Las barras, deliberantes, se divirtieron gritando “Come coco”, “come coco”. Pero serias referencias señalan que no fue cierto. Así que eso de comer coco, no pasó de chascarrillos y ocurrencias ingeniosas, que suelen sazonar la política local.
P.S. Esas “casetas” de guadua y lona, tal vez no concuerdan con el monumento esplendoroso, símbolo de Cartagena, que pretenden adornar los zapadores que sitian San Felipe y que también “vinieron del frío”. Ojalá no causen un desastre estructural.
*Abogado, Ex Gobernador de Bolívar y Ex parlamentario.
augustobeltran@yahoo.com

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