Varios se preguntan si las decepciones que reciben ante el escaso resultado de los esfuerzos por desarrollar la democracia es el anuncio de un insuperable anacronismo. O a lo mejor de una fatalidad de origen que nos mantiene en el extravío.La pregunta se ha vuelto reiterada por motivos recientes. Incluyen las enfermedades de algunas autoridades, la escasa participación de los ciudadanos en los procedimientos de consulta de los partidos y su costo, la afectada confianza de la sociedad en el Congreso Nacional con sus conflictos de intereses, sus miembros investigados y sus acciones irresponsables. No es menos grave lo que viene ocurriendo a ciencia y paciencia de los encargados del control con la elección de miembros de la Corte Suprema de Justicia. Los señores juegan en un club social privado del cual son dueños y la comunidad paga la morosidad en las sentencias. Fuera del mal ejemplo, desmoralizador para todos, que no hay manera de repararlo.
Los exiguos guarismos de la consulta de partidos recientes, permite diversas conjeturas. Una: el país retorna a un excluyente y aburrido bipartidismo que le otorga la cómoda seguridad de lo que nunca cambia y el tranquilo pasar de un discurso repetido hasta la náusea.
Otra, igual de desoladora, podría ser que la mecánica electoral no funciona como expresión de una idea política sino que fue atrapada por las perversas contraprestaciones que convirtieron los derechos en favores y al sujeto político en un vendedor de pedacitos de su voluntad.
Las anteriores conjeturas tal vez evidencian la existencia de una crisis en el concepto de partido político. La pasión que los hizo posibles, el ideal vuelto convicción, el empoderamiento de un sujeto crítico, insobornable, quedaron disueltos en amontonamientos de intereses mezquinos de almas arrendadas y ningún horizonte.
O la gente aburrida de la comedia de equívocos prefiere hoy el liderazgo de milagreros, las consolaciones del pastor, la vertiginosa riqueza de un golpe de suerte que compense los reiterados golpes de la vida esforzada, y se desentiende de la sociedad, del país sin lugar que se le ofrece.
El tema de la salud de los gobernantes alcanza escenario de tragicomedia. Hay que reformar la Constitución Política, predican algunos. Un ánimo agorero se esparce y el enfermo opone su heroísmo al avatar. En las circunstancias del señor Presidente (Asturias, perdón) la noticia fue administrada con eficiente dramaturgia. Primero las pantallas de la televisión se colmaron con tripas y glándulas (quienes no habían comido…;) Después, escoltado por el amor y la ciencia avisó que no cerraría los ojos, la anestesia dormiría lo pertinente y él firmaría decretos y daría órdenes de viva voz.
Preocupados por lo imprevisto el Congreso ha pedido a la Academia de las Ciencia de la Salud que examine al Vicepresidente. Los males parecen ensañarse contra los gobernantes. O gobernar enferma. Desaparece la noción del tiempo.
Hay que aceptar lo impredecible de lo venidero, lo frágil de la vida. Y sin duda su inevitable continuidad.
Óscar Alarcón con mordacidad escribió que la democracia nos sale muy cara. Hay que agregar, y riesgosa. Decretos desde la sala de operaciones. Cartas desde el lecho de convaleciente. Bailes.
* Escritor
rburgosc@etb.net.co
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