Columna


Como en el Cartucho

CARLOS VILLALBA BUSTILLO

30 de enero de 2011 12:00 AM

CARLOS VILLALBA BUSTILLO

30 de enero de 2011 12:00 AM

Creo que fue un día de enero de 1996, en la puerta del Restaurante Chef Julián, cuando Enrique Grau nos contó a Ramiro de la Espriella y a mí que estaba listo para donarle a Cartagena parte de su obra pictórica y escultórica, razón por la cual quería crear una fundación, con todas las de la ley, que cuidara ese patrimonio. No se quedó en las palabras aquella hermosa intención de quien fue, sin duda, el primer gran artista cartagenero del siglo XX, anterior a la generación de Darío Morales y sus coetáneos.
Grau tenía entonces 76 años y no quería que su ciudad –la que lo vio crecer, jugar uñita, comer icacos y trazar sus primeras figuras humanas– se privara de tener parte importante de sus lienzos y sus bronces. Él salía y Ramiro y yo entrábamos al restaurante, pero se devolvió para contarnos el cuento con pelos y señales.
Al contrastar el entusiasmo de Grau con la indolente respuesta de la ciudad al gesto generoso del hijo fiel, no hay antídoto que baje la dimensión de nuestro desconcierto. Mejor les fue a Botero, Pedro Nel Gómez, Ramírez Villamizar, Omar Rayo, Negret, Arenas Betancourt y Tejada, verbigracia, en sus respectivos terruños. Sí, Cartagena, la sede de los festivales de música culta y escritores estelares, no sabe qué hacer para cumplir la voluntad de uno de sus más encumbrados talentos.
Cuadros y esculturas están, pues, a punto de ser tirados en la vía pública como objetos menesterosos de una porción infortunada del arte nacional. En lugar de una casa-museo, las piezas de Grau están expuestas a una suerte similar a la de los indigentes de la Calle del Cartucho, simplemente porque nos quedó grande la nobleza del paisano. Hasta el museo que se inventó, y que Yolanda Pupo de Mogollón maneja haciendo de tripas corazón, corre también el riesgo de ser cerrado. Nadie le tiende una mano bondadosa: ni los gobiernos locales ni la empresa privada.
Con perdón de mis amigos empresarios, no hay derecho para que tantas compañías productoras de bienes y servicios, que derivan jugosas utilidades de su eficaz operación aquí, en el patio, no contribuyan con algo que nunca les hará falta, y que les granjearía elogios y gratitud, a dotar una obra como la de Grau de techo y salones donde pueda ser apreciada inclusive por sus clientes de fuera, que a lo mejor le suman a sus réditos, ellos sí, un tris de sensibilidad.
¡Irónico que es el destino! Se escogió el año 2011 para homenajear, en sus noventa de nacido, al Grau de la precisión y la fuerza en los dibujos, de las imágenes ajustadas a la belleza anatómica y al uso diestro del claroscuro, pero debe andar penando el alma del finado, pues no hay Visión ni Misión en los sectores público y privado que prevea para el billete otra finalidad que no sea el lucro puro y duro, amamantado por la codicia.
Como cartagenero, me atraganté en silencio el pasado jueves con una vergüenza inusitada. En un rápido saludo con María Eugenia Castro Mejía, la directora del Museo de Arte Moderno de Barranquilla, le dije que sólo se la veía en Cartagena para el Hay Festival. Pero esta vez –me contestó– con un incentivo nuevo. Voy a ver si me dan la donación de Grau para el MAM de la Arenosa. Allá tenemos espacio y patrocinio suficientes para exhibirla con orgullo de colombianos.

*Columnista y profesor universitario

carvibus@yahoo.es

Comentarios ()

 
  NOTICIAS RECOMENDADAS