Columna


Como perros rabiosos

MARIO MENDOZA OROZCO

09 de junio de 2012 12:00 AM

MARIO MENDOZA OROZCO

09 de junio de 2012 12:00 AM

Parece que de algún flemón pútrido que crece en las vísceras de nuestra patria se hubieran desprendido metástasis de barbarie que ahora, enquistadas en la rutina azarosa de nuestra vida cotidiana, nos obligan a buscar palabras para calificar lo innombrable, lo feroz, lo sanguinario, lo inhumano, lo que nuestra imaginación no soporta sin que una náusea moral nos devaste.
La violencia entre sexos, la violación, los ataques con ácido y el maltrato a las mujeres son actos cobardes e inaceptables por su crueldad, y porque ellas están en desventaja física con los hombres. Desde el colegio aprendimos que no podía pegársele a los más pequeños o más débiles: esa felonía la denominábamos “coger anchova” y era celosamente repudiada por todos los estudiantes. Pero nuestra historia está tan saturada de violencia, de corrupción y de injusticia que parece que hubiéramos desarrollado una costra de insensibilidad en el alma.
Con el tiempo las cosas no han hecho más que empeorar. Uxoricidios, infanticidios, parricidios, violaciones incestuosas, abuso de menores, matoneo escolar, guerra de pandillas, barras bravas, extorsiones, amenazas, balas perdidas, balas encontradas y balas dedicadas, magnicidios ocasionales y minicidios constantes hacen parte natural de nuestro diario vivir, hasta el punto de que la atmósfera caótica de nuestras grandes ciudades huele a miedo, a desconfianza y a peligro.
Y no creo que exista otra solución a este problema que no sea la educación, que debería producir ciudadanos éticos, emprendedores, capaces de generar riqueza y bienestar. Pero no puede haber educación con hambre, sin vivienda, sin salud, sin vías, sin maneras de vivir con un mínimo de dignidad…;
Pero es que estamos en un país pobre, nos dicen. ¡Mentira! Colombia es un país riquísimo al que siempre lo han robado y lo siguen robando. El hurto a los dineros de la salud pública, las martingalas de los políticos venales y la nutrida historia de desfalcos, pirámides, carruseles, quiebras y otras maniobras con las que los ladrones de cuello blanco han robado incontables millones al erario probablemente ha causado más defunciones que el conflicto armado.
La muerte por empalamiento en el Parque Nacional de Bogotá de Rosa Elvira Cely, esa desdichada mujer que nos sonríe con expresión plácida y una mirada limpia desde las fotografías publicadas en la televisión es algo que tiene que hacernos reaccionar y que todo el país debe rechazar de manera enérgica. Un solo caso como éste ya es intolerable, y, como ocurre con ciertas pestes, debe encender todas las alarmas y considerarlo como el inicio de una potencial epidemia que hay que contener a como dé lugar. No podemos seguir tolerando la violencia contra mujeres, niños, ancianos y demás seres en condiciones de indefensión, incluyendo a los animales, ni tampoco contra los ciudadanos comunes. La tolerancia social contra la crueldad y la tortura debe ser nula.
Sin odio ni deseo de venganza, pero sí con rabia, estupor, asco y desprecio legítimos, y sobre todo con un anhelo irrevocable de justicia, afirmo que los responsables de delitos como éste deben ser castigados con un rigor ejemplar, aislándolos de por vida de la comunidad, como si fueran perros rabiosos.

*Médico y Escritor

mmo@costa.net.co

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