Columna


De no estar ocupando el primer cargo de la ciudad, el alcalde de Cartagena, Campo Elías Terán Dix, muy probablemente estaría en su noticiero popular pronunciándose ruidosamente contra los últimos acontecimientos y personajes que, en recientes semanas, han sido noticia.
Por cosas del destino le tocó estar en el otro extremo de la realidad cartagenera, lo cual los periodistas deberíamos tomar como una buena lección para enfocar y conducir, de mejor manera, los cuestionamientos en contra de funcionarios públicos o de personajes de la política.
Creo que para nadie son un secreto las pifias y los desaciertos que ha venido cometiendo el alcalde Terán Dix en las distintas determinaciones que ha tomado respecto al manejo del Distrito, unidas a frases pretendidamente determinantes como “duélale a quien le duela”, “va porque va” y “no hay reversa”.
Tal como lo hacía el ahora burgomaestre como conductor de radio noticieros, no son pocos los periodistas radiales que practican, desde hace muchos años, ese periodismo que consiste en pontificar sobre todos los temas de la administración pública o la cosa política, muchas veces sin el respaldo de una buena reportería previa, como conviene a lo más digno de esta profesión.
En manera alguna insinúo que los periodistas debemos abstenernos de expresar nuestras opiniones respecto a la labor de gobernantes y subalternos. Ni más faltaba. Las  bases del periodismo siempre han sido, y seguirán siendo, preguntar, indagar, sopesar, cuestionar e informar.
Pero una cosa es tratar de cumplir con todos esos postulados y otra es sentarse delante de un micrófono, o pantalla de computador, a pretender enseñarle a un mandatario cómo gobernar una ciudad; o a decirle a un jefe de despacho cómo manejarlo, como si el cartón de periodista (o los años de empirismo) otorgaran licencias para sentar cátedra sobre lo humano y lo divino.
Y en ese fiasco han caído muchos periodistas no sólo de Cartagena sino del Caribe colombiano, quienes lograron audiencia y lectores a fuerza de ataques mordaces en contra de la administración pública, pero en cuanto les tocó tomar las riendas de los mismos cargos que antes “cuestionaban” resultaron peores funcionarios que las víctimas de sus arremetidas.
Tampoco  intento comunicar que los periodistas no debemos aspirar a cargos públicos, dado que también existen ejemplos de colegas que han trabajado, con buenos resultados, en instancias del Estado. Pero en Cartagena son muy pocos (por no decir nulos) los casos similares, y sí muchos los de poca responsabilidad al utilizar un medio de comunicación.
Lo otro es que si existe algo verdaderamente triste, es que un periodista, después de haber salido por la puerta de atrás de un cargo estatal, regrese a su medio de comunicación sólo para comprobar que ha perdido la credibilidad que hubiera seguido sosteniendo si la ambición del poder no lo hubiese tentado.
Todavía queda mucho tiempo para que nuestro alcalde enderece el rumbo de su administración y salga triunfante de ese compromiso, lo que a la larga nos convendría a todos. Pero sería también la oportunidad de que los “periodistas pontífices” revisaran un poco su manera de ejercer la profesión y entiendan, de una vez por todas, que una cosa es conducir un espacio radial y otra es tratar de gobernar a una ciudad.
*Periodista
ralvarez@eluniversal.com.co

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