Columna


Corazones de piedra

LIDIA CORCIONE CRESCINI

05 de octubre de 2010 12:00 AM

LIDIA CORCIONE CRESCINI

05 de octubre de 2010 12:00 AM

Al esperar el cambio del semáforo cerca al antiguo teatro Cartagena ayer, un hombre toca el vidrio de la ventana de mi carro y con mirada lánguida me muestra una cajita de chicle para que se la compre. No, le indico con mi índice. El hombre, momificado, con cara de mimo, insiste silenciosamente. Pensé “no hay más remedio, póngase la camiseta”. Mi madre quien iba conmigo inmediatamente hace el siguiente análisis: ¿Cómo es posible que un hombre fuerte, con todas sus capacidades físicas y mentales, se esté desperdiciado de esa manera? ¿En dónde están para él las oportunidades de trabajo? No es un ladrón, el sólo hecho de aguantar sol todo el día ya es un trabajo pesado. ¿Dónde hará sus necesidades? ¿En el parque del Centenario, la muralla o un árbol? ¿Cuál será su nivel de estudios? Y continúa, ¿Qué hacen las autoridades al respecto? ¡No hay derecho para que esto ocurra! De sus ojos empañados por el recuerdo doloroso brotan lágrimas, y me dice: cuando tenía nueve años, tu abuelo tenía mucho trabajo en construcciones de vías y proyectos urbanos, no nos faltaba nada, vivíamos felices, Italia progresaba. De repente lo llamaron a prestar el servicio militar (se había desatado la II Guerra Mundial), entonces les tocó a tu bisabuela y abuela trabajar en el campo, en sus tierras. De sol a sol araban, sembraban, alimentaban a los cerdos, a las cabras (todas las mujeres con las caras tostadas y las manos agrietadas se rompían el cuero porque los hombres estaban en campo de batalla), pero ¡había trabajo! Éramos cinco hermanas, todas niñas, no podíamos ayudarlas porque Mussolini había decretado la educación obligatoria y todos los niños deberían asistir a la escuela sin excepción, y los padres que incumplieran con esta norma eran sancionados. (En esa parte hay que abonarle a Mussolini la importancia que le daba a la educación). A pesar de la zozobra, del miedo a morir bombardeados por los holandeses o ingleses, hallaron una luz en el camino “las tierras fértiles”, como fuente de trabajo y solución para no morir de inanición. Estas palabras me hacen pensar que a pesar de estar en el Siglo XXI, donde hay globalización, tecnología y agilidad para todo, no es posible que un país como el nuestro, de currículos académicos excelentes, de gente inteligente, progresiva y visionaria, utilice todas esas herramientas de manera contraria, buscando el beneficio para unos cuantos y que a los otros se los coma el tigre, la amargura, la desesperación y la desesperanza de alcanzar los medios para subsistir. Para la muestra los botones de todo este sin fin de hechos que suceden en Colombia y que desestabilizan la economía, la seguridad, la justicia social. Si toda esa astucia fuera utilizada como la del Chapulín Colorado, para beneficiar a los colombianos “sin argucias”, este país sería un jardín botánico, un canto a la vida, un sendero florecido en posibilidades, y aunque existan clases sociales, estratificación y polarización de ingresos, las cosas marcharían de mejor forma. ¿Cuál es el concepto de política, entidades oficiales, cargos públicos, ministerios, etc., de los colombianos en particular? Para ser honesta, no tengo una respuesta clara, los hechos tergiversan las definiciones que tenía. *Escritora licorcione@gmail.com www.lidiacorcione.blogspot.com

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