Columna


Crisis y geopolítica

JORGE TIRADO NAVARRO

02 de febrero de 2011 12:00 AM

JORGE TIRADO NAVARRO

02 de febrero de 2011 12:00 AM

El mundo árabe está que arde. A la caída del dictador de Túnez siguen las protestas fuertes contra la autocracia egipcia que lidera Hosni Mubarak. Es tal la tensión, que los enfrentamientos entre la población y el régimen egipcio contabilizan más de 100 muertos (la ONU dice que son 300) y miles de heridos. Las protestas ciudadanas rechazan la dictadura que completa 30 años, reclaman las libertades de expresión y de prensa, el derecho de huelga, y que se establezca un mecanismo democrático para la alternancia pacífica en el poder.
Es poco probable que Mubarak caiga de forma estrepitosa como su homólogo tunecino, porque ya inició una estrategia para evitarlo, pero caerá, a pesar de que conserva dos aliados poderosos en el ámbito internacional (EE.UU. e Israel), quienes lo necesitan para preservar sus intereses geopolíticos.    
Mubarak anunció la reestructuración de su gabinete como concesión a los manifestantes, pero en realidad nombró como vicepresidente y primer ministro a dos generales para que las fuerzas militares cierren filas en torno a su nombre. Es la movida natural de un autócrata en su ocaso: sabe que su régimen represivo carece de respaldo popular y por ello acude a la solidaridad de las fuerzas que detentan el monopolio de las armas.
El presidente de EE.UU. afirmó “que debe haber reformas que respondan a lo que aspira el pueblo egipcio”, con lo cual el tío Sam mantiene su apoyo al régimen de Mubarak, exigiéndole reformas que amplíen las libertades civiles de los ciudadanos y una mejor distribución de la riqueza, pero lo cierto es que si la situación se torna insostenible, terminará apoyando un gobierno de transición que deje a buen resguardo sus intereses en la región.
Las razones son variadas: (i) el régimen egipcio es el principal contrapeso de Irán, y un Mubarak democratizado, o un gobierno de transición pro estadounidense, garantizaría que se cumplan las sanciones comerciales y militares que se le han impuesto a Teherán por sus desarrollos nucleares; (ii) EE.UU tiene en Egipto a un aliado fundamental en la guerra contra Al Qaeda, y no puede perderlo ahora que la lucha contrainsurgente que se libra en Afganistán está lejos de terminar; y (iii) Egipto es el territorio que sirve de acceso a las principales fuentes de petróleo del Oriente Próximo, y el paso apacible por su territorio es garantía de que buena parte del oro negro se exporte al hemisferio occidental.
Es enorme también la preocupación de Israel. Tel Aviv observa nerviosa que pueda caer el régimen que ha respetado el Tratado de Paz de 1979 que puso fin a la guerra árabe-israelí, promovido por Jimmy Carter. Sobre todo que de convocarse a unas elecciones realmente democráticas, la única organización política que contaría con la fuerza suficiente para triunfar sería la Hermandad Musulmana, con lo cual una agrupación islámica enemiga quedaría al mando del ejército más grande del Oriente Próximo, con la posibilidad de auspiciar ataques desde la frontera de Gaza y Cisjordania, valiéndose de grupos fundamentalistas como Hamas y Hezbollah.
EE.UU. e Israel están moviendo sus fichas, mientras otras potencias tratarán inteligente y soterradamente de influir en esta crisis internacional, en la cual los países subdesarrollados son meros espectadores.

*Abogado y Filósofo

tiradojorge@hotmail.com

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