Columna


Cristales polarizados

ÓSCAR COLLAZOS

01 de octubre de 2011 12:00 AM

ÓSCAR COLLAZOS

01 de octubre de 2011 12:00 AM

Nunca había visto tantos carros con cristales polarizados como los que veo desde que vivo en la costa Caribe. Pensaba que sólo lo llevaban las camionetas de lujo, pero al cabo de poco tiempo me di cuenta que hasta los humildes carros usados se daban el lujo de polarizar los cristales de sus ventanillas.
Se lo atribuí a la luz deslumbrante que obliga a llevar gafas oscuras durante el día, aunque los cantantes de rap y reguetón, siguiendo la moda de los mafiosos del cine, las lleven también de noche. Yo mismo tuve que empezar a usar gafas oscuras para evitar la agresión de la luz, pero no conocía la sensación de ir embutido en un carro sabiendo que puedes ver hacia fuera pero que desde fuera no pueden ver hacia dentro.
Blindaje de las miradas, me dije. Luego pensé que, sencillamente, los dueños de los carros humildes imitaban la costumbre de los dueños de carros costosos. Polarizaban sus cristales, no tanto porque la luz de afuera los encegueciera sino porque es mejor parecer rico que pobre.    
No hay nada más normal que la imitación de aquellos a quienes queremos parecernos. La camioneta y los vidrios polarizados dan status: alguien se está escondiendo allá dentro para escapar del peligro, alguien quiere escapar de las miradas imprudentes, de la admiración desmedida o de alguna venganza, de la envidia, por ejemplo.
De esta tendencia a la imitación se alimenta la fenomenal industria de las imitaciones, llamada industria de los chiviados. Si los pobres no quisieran parecerse a los ricos; mejor dicho, si los pobres no se consolaran con poseer la imitación de algún símbolo de riqueza, no existiría el mercado de las imitaciones. A esto le atribuía yo la costumbre de polarizar los cristales de las ventanillas, aunque el carro sea una cancana.
Busqué analogías y encontré que una de las cosas que menos les gusta a los políticos es que les pregunten de dónde sacan la plata para pagar sus campañas. No sólo de dónde la sacan sino quién la ofrece. Así que para no verse en la engorrosa situación de mentir o callar, que es lo mismo, hay políticos que evitan asistir a donde les pregunten esas cosas. Polarizan entonces sus campañas.
Por iniciativa propia, le prometí al director del periódico no volver a escribir hasta el 30 de octubre ninguna columna sobre las elecciones y las campañas en curso. Además, votaré en blanco y espero que no me llamen racista por hacerlo.
Creo haber cumplido mi promesa: hablo de carros de cristales polarizados y del intrigante placer de saber que quien va dentro puede ver a los de afuera pero los de afuera no pueden ver a los de adentro. La última palabra que usaría para describir este efecto visual sería transparencia.
El efecto que se obtiene con la polarización de cristales podría llamarse, simbólicamente, ocultación interesada con intenciones fraudulentas. Sólo se esconde lo que no quiere mostrarse. Entiendo que se haga cuando se va camino de La Cangreja, que se esconda de las miradas el personaje en situación de riesgo; el mafioso que teme una vendetta, pero el colmo de los colmos es que se polaricen los cristales de las campañas políticas para no mostrar a los que viajan dentro.

*Escritor

salypicante@gmail.com

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