Columna


Cúmplase la ley

RODOLFO DE LA VEGA

20 de octubre de 2012 12:00 AM

RODOLFO DE LA VEGA

20 de octubre de 2012 12:00 AM

El proceso, la condena y la ejecución de un general de la Revolución Cubana y de otros tres altos oficiales, han fijado nuevamente las miradas del mundo sobre la bella isla caribeña. Algunos han creído ver en estos hechos un resquebrajamiento de los ideales y prácticas de la Revolución; otros se hallan escandalizados por lo que consideran un procedimiento bárbaro y reprobable; los más, permanecen admirados por la impasibilidad con que el Jefe Supremo de la república antillana ha aplicado la dura ley, sin importarle los rangos militares ni los méritos acumulados a través de tantos años de lucha.
Lo que socava los regímenes, lo que mina las naciones, no son los hechos delictuosos aislados en los que pueden incurrir los miembros del gobierno, sino la lenidad de quienes tienen que juzgarlos y sancionarlos. En ocasiones se incurre en el grave error de tratar de encubrir los hechos, pensando que el escándalo perjudica las instituciones y el buen nombre del país, ignorando que el daño mayor se causa al dejar sin sanción a los que son merecedores de ella.
De las legislaciones laxas, de las sociedades permisivas, de los funcionarios encubridores, no puede esperarse otra cosa que la proliferación del crimen. Imaginar que la gente habrá de andar por el camino recto porque así se lo ha enseñado, es una utopía. Hay que señalar el camino del bien, pero también hay que sancionar de manera inflexible a quienes se apartan de las normas trazadas.
El proceso cubano nos ha hecho recordar un episodio narrado magistralmente por Víctor Hugo en su obra “El 93”.
Las fuerzas monárquicas habían hallado en el anciano marqués de Lantenac el líder que necesitaban para levantar las provincias norteñas de Francia en contra de las fuerzas de la República. Los ejércitos republicanos estaban comandados por el vizconde de Gauvain, joven noble que había abrazado con pasión los principios de la Revolución. Su tutor había sido el exclérigo señor Cimourdain, quien modeló su espíritu y su intelecto. Cimourdain amaba al joven Gauvain como si fuera su propio hijo.
El Comandante Gauvain cometió un imperdonable error: tuvo piedad del enemigo; permitió que el anciano marqués de Lantenac huyera de la prisión, mientras el propio comandante quedaba preso en su lugar. Así, todo el peso, todo el rigor del consejo de guerra que estaba preparado para juzgar a Lantenac, cayó sobre el joven Gauvain.
Preside el consejo el señor Cimourdain quien, pese al amor que siente por el procesado, no vacila en votar la pena capital.
La ceremonia de la ejecución también es presidida por el señor Cimourdain. Cuatro mil soldados en formación deben presenciar la ejecución de su comandante. Toda la tropa clama en coro “indulto, perdón”. Pero el exclérigo, el tutor, permanece imperturbable y pronuncia las palabras: ¡Cúmplase la ley!
Según el relato de Víctor Hugo, cuando cayó la cuchilla de la guillotina sobre el cuello del joven Gauvain, se oyó el estampido de un pistoletazo: Cimourdain se había suicidado, pero la ley se había cumplido.

*Asesor Portuario

maalvarez@sprc.com.co

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