Columna


De Barrabases a Pilatos

CARLOS VILLALBA BUSTILLO

01 de julio de 2012 12:00 AM

CARLOS VILLALBA BUSTILLO

01 de julio de 2012 12:00 AM

Al maestro Darío Echandía, en plena República Liberal, se le atribuyó una frase que, en boca suya, sonó a sabiduría porque tomó una decisión audaz, no muy ortodoxa en la carnadura de un jurista de su talla, sobre un episodio comprometedor que era preciso conjurar: “Hay emergencias –dicen que dijo– en que para salvar a la Nación es necesario violar la Constitución”.
Sin conocer el antecedente, fue la salida que le quedó a Santos ante el vendaval que desató la reforma promovida por él y Vargas Lleras, y que nos pintó una vez más la afición de nuestra clase política por el género de la zarzuela, las divertidas farsas de Lucas Fernández y los relucientes Autos de Gil Vicente, revividos durante los días miércoles y jueves pasados en las sesiones extraordinarias de Senado y Cámara, convocadas para hundirla.
En esta nueva versión de El Jardín de Falerina hubo actuaciones dignas de estatuillas consagratorias (como la del inefable senador Eduardo Enríquez Maya), otras mediocres (como la del senador Carlos Ferro) y las restantes dignas de lástima, pues la mayoría de los actores no convencieron con el cambio momentáneo de la abyección por la independencia. Se vaciaron contra el Gobierno, a gritos y con manotazos, pero al fin, como siempre, terminaron votando lo que el presidente quiso.
Por consiguiente, los pronósticos más sombríos sobre el deterioro de las relaciones Gobierno-Congreso son lecturas de aprendiz de pitonisa, de brujo sin imaginación. Esas relaciones tienen otros nudos que no se ven pero que funcionan como relojitos, y a los cuales no renunciará el procerato del Capitolio ni los olvidará el doctor Santos cuando le toque, sonriente y empolvado, apretar las tuercas de la “persuasión”.
Por ejemplo, ya las dos palabras “auxilios parlamentarios” salieron del argot político. Sin embargo, ruedan como patines inaudibles cuotas sigilosas que los congresistas usan “para el desarrollo de sus regiones”, auspiciosas si se llega hasta donde los gobernadores de sus departamentos y los alcaldes de sus municipios a decir, sacando pecho: “Aquí hay tanto, pero los contratistas los escojo yo”.
Santos, que es experto en naipes, y que reparte a sus anchas en este juego en el que cada carta es un billete gigante, tiene esa otra llave que no requiere marco jurídico sino el simple abandono de los giros, tan parecido al que no dio para retirar la reforma de la Justicia cuando Germancito Vargas y Juan Carlos Esguerra distribuían las golosinas de la piñata “histórica” que se frustró por las maromas de los primates entre curules, ternos de marca y sastres a media pierna de colores atractivos.
No nos preocupemos, en consecuencia, por los quebrantos fugaces de unas relaciones políticas que tienen argumento y libreto conocidos. Para eso son los impuestos que pagamos, y la yunta entre partidos y bancadas, y la capacidad de intriga de sus voceros, y la mano larga de los presidentes de comisiones parlamentarias con chequera. Las aguas vuelven al cauce conocido. De ñapa, la Corte Suprema y el Consejo de Estado suavizaron los garrotes de la instancia única y la pérdida de investiduras.
Pero lo mejor de la juerga fue que, revueltos en el mismo calabazo, pasaron, todos, de Barrabases a Pilatos.    

*Columnista

carvibus@yahoo.es

Comentarios ()

 
  NOTICIAS RECOMENDADAS