Columna


De la cultura picotera

ORLANDO JOSÉ OLIVEROS ACOSTA

30 de marzo de 2011 12:00 AM

ORLANDO JOSÉ OLIVEROS ACOSTA

30 de marzo de 2011 12:00 AM

Suele ocurrir que en noches aburridas y lluviosas los fantasmas de toda Europa vengan a revolotear en la Plaza de la Iglesia de Canapote, joden por los andenes y hablan entre ellos para matar el tiempo. 

A veces se piensa que las bolsas y las tapas de gaseosas se las lleva la brisa cuando en realidad hay un Descartes yendo y viniendo de un lado a otro, o se piensa que alguien olvidó apagar la televisión de la sala pero las voces a lo lejos son de viejos amigos del colegio: «El ser humano es un Zoon Politikon, quiero decir, somos animales sociales por naturaleza, tenemos la capacidad y la tendencia obligada a organizarnos en ciudades» dijo Aristóteles; «Pero el hombre para el hombre es un lobo, para organizarnos necesitamos algo» intervino Hobbes; «Un contrato Social, cedemos nuestras libertades con el fin de convivir en grupo», concluyó Rousseau, y en el momento en que calló el de la Ilustración, la noche se abrió en dos y la voz de un muerto del barrio (de esos que nadie se acuerda) sentenció la política: «Nosotros pusimos un picó aquí en Canapote y la gente se fue reuniendo solita».Desde que en ciudades como Cartagena y Barranquilla, a finales de los sesenta llegó el fenómeno musical de los picós la cultura de la Costa ha ido ampliándose y las partículas de aire comenzaron a escribir un poema de vidrio, musical, dentro de los oídos: sonaba entonces el golpecito de los bongós del son cubano y los pianos con las trompetas de la salsa puertorriqueña que darán origen en el desarrollo de los años ochenta a la salsa picotera.
La música de los carnavales tuvo su grito en aquellos bafles mastodontes, la champeta africana fue traducida a nuestro idioma naciendo nuestra propia champeta: recibimos de continentes y países olvidados una Ilustración musical, el verdadero periodo iluminista de la acústica afroamericana, mientras que las personas de todos los barrios se unían a través del baile y la guachafa como si el ritmo fuera una cabuya invisible, de cristal, que nos mantuviera amarrados y adjuntos a una misma maraña de jolgorio.
Así se alzaron los castillos de la percusión, cada sector tenía fortaleza: El Isleño, La Radiola del Perro, El Príncipe, El Sandinista, El Sibanicu, El Gran Pijuan, El Guajiro, El Huracán, El Rey de Rocha…;como nombres de periódicos, estos eran el punto G del pueblo.
Pero la música empezó a cambiar, cada vez más ruidosa, y el poema de vidrio se había roto y cortaba al escucharse, cortando al vecino, separando gentes, haciéndonos violentos y peligrosos. La embarramos con ustedes, picós, porque dejamos atrás a los enormes murales de La Habana y a los paisajes africanos que tenías pintados sobre tus bafles, olvidamos el arte de tus palabras con colores exuberantes como calcomanías de buseta, tu razón social, que cuando invitabas a tus fiestas nos invitabas a todos y días antes encontrábamos pegados a un poste los cartelitos de tu laboriosa empresa de unión humana: posters que todavía hoy siguen siendo obras de arte, cuadros de la calle.
Ayer no dormí por los picós, pero fue porque me desvelé pensando en ellos.

*Estudiante de Derecho de la Universidad de Cartagena

arquerolivero@hotmail.com
 

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