Columna


De mordida en mordida

RODOLFO DE LA VEGA

05 de noviembre de 2011 12:00 AM

RODOLFO DE LA VEGA

05 de noviembre de 2011 12:00 AM

Hace algunos meses el país se enteró por los medios de comunicación, del insólito caso ocurrido en un plantel de Barranquilla, donde una maestra mordió a una alumna y, además, le dio unos correazos.
Al parecer, todo se originó en el hecho de que la alumna, a su vez, había mordido a uno de sus compañeritos. La maestra consideró que no era suficiente castigo para la niña propinarle unos correazos, sino que para cumplir la antigua Ley del Talión, o al Código de Hammurabi, debía padecer el mismo sufrimiento que ella aplicó a su compañerito. Lo particular del asunto es que la maestra no creía haber cometido falta alguna. Algo más, ella aseguraba que al golpear a la alumna con la correa y morderla, lo había hecho muy a su pesar, como una obligación de su parte.
Yo estoy convencido de que el mordisco es una forma natural de defensa. Los humanos en edad temprana damos rienda suelta al animal que llevamos dentro. La educación va moldeando nuestros procederes y, aquellos que son propios de los animales, los dejamos para ellos. Los perros, las ratas y otros mamíferos suelen defenderse con los dientes.
Fue tristemente famoso el mordisco que Myke Tyson, el gran campeón de peso pesado, dió en la oreja a su contrincante Evander Holyfield en Las Vegas, en 1997. Como sanción, a Tyson le retiraron la licencia y le impusieron una multa de tres mil dólares. No sé a la maestra barranquillera qué sanción le impusieron.  En estas relaciones de maestros con alumnos y aún entre padres e hijos, los procedimientos han cambiado mucho. Cuando yo estudié en el Colegio de la Esperanza, era perfectamente aceptado que Don Antonio, el rector, y Don Julio, el subdirector, golpearan a los alumnos en las piernas con unos bastoncitos que tenían para el efecto. Para faltas más graves, existía el “priqui-priqui”, una palmeta de madera con tres huequitos. Los palmetazos los recibía el alumno con las manos abiertas.  Se aplicaban los “priquis” por pares; dos, cuatro, seis “priquis”, de acuerdo con la gravedad de la falta cometida. Aunque casi todos los alumnos en alguna ocasión recibimos el castigo, los que estudiamos en La Esperanza, recordamos al colegio y a sus directores con mucho cariño y agradecimiento.
Pero hablemos otra vez de mordiscos.  Antes de entrar al Colegio de la Esperanza, muy niño, estuve recibiendo enseñanzas en el Colegio Eucarístico de Santa Teresa, de las hermanas Mercedarias. Allí hice mi primera comunión en 1931, a la edad de 6 años.
Cualquier día, después de clases, de mi casa no habían ido a buscarme. Aburrido, me puse a hacer algunas travesuras. Una de las monjas, la Madre Auxilio, consideró que debía castigarme y pretendía encerrarme en un cuarto oscuro donde supuestamente, aparecía el fantasma del “Turco Mayú”. Aterrado traté de resistirme, pero la Madre Auxilio tenía mucha fuerza. Por puro terror mordí la muñeca de la monja, quien terminó soltándome.  Conclusión; el mordisco es a veces un recurso válido.

*Asesor Portuario

fhurtado@sprc.com.co

Comentarios ()

 
  NOTICIAS RECOMENDADAS