Columna


De porros y vallenatos

LUIS EDUARDO PATERNINA AMAYA

24 de agosto de 2011 12:00 AM

LUIS EDUARDO PATERNINA AMAYA

24 de agosto de 2011 12:00 AM

Los animadores del Encuentro Nacional De Bandas en Sincelejo, enmarcaron, dentro de su programación, un evento que hace cuatro años llamaron sonoramente “porro-vía”. Se trata del cierre de una vía de aproximadamente 500 mts. que a lo largo ubican 5 ó 6 tarimas, desde donde las mejores bandas de la región entran en una edificante competencia para demostrar cuál de ellas se queda con el trofeo de ser la más sobresaliente en la interpretación del porro como símbolo del encuentro con la banda. Con esta muestra folclórica se estaba reviviendo una tradición que se había quedado en las faldas de Pola Berté y en las espermas de María Barilla. Volvieron así los fandangos que en torno de cada tarima bailábamos con el rugir de trompetas, clarinetes, redoblantes y bombardinos, hasta que las velas las apagara el cansancio en solidaridad con la luz solar.
Atraída por este acontecimiento, la juventud rodeaba la tarima, entusiasmada por la fuerza de una tradición que, por lo vernácula, jamás debe morir, ni aun con el peso de las nuevas expresiones musicales que a punta de instrumentación electrónica ensombrecen las raíces de lo que nos pertenece, desdibujando nuestra identidad y alejándonos del proceso de reafirmación cultural que no debemos abandonar. Sin embargo, en la pasada versión de esa cita con el porro y el fandango, el vallenato de la dinastía Zuleta se paseó como cuerpo extraño por el cancionero de “La Caimitera”, la de Chocho, la de Laguneta, para enrarecer la pureza de un ritmo como el porro que ni Peter Manjarrés pudo componer para conquistar a una sincelejana, por eso, según el mismo lo afirma, su imaginación solo le permitió componerle un paseo. Es que el porro está enganchado de los Dioses. No de otra forma se explican las composiciones de Lucho Bermúdez, Pacho Galán, Rubén Darío Salcedo, Pedro Emiro Mendoza, Pablito Flórez, Miguel Emiro Naranjo y tantos otros que han puesto a danzar a los colombianos como si el porro les perteneciera.
Tan generoso es este ritmo que entra a todos los corazones apenas se escucha, sin apelar a la agresiva publicidad que otros utilizan, porque el porro lo reclaman viejos, jóvenes, niños y todo quien experimenta la irresistible sensación de bailar, así sea un diplomático o un campesino, un académico o un empírico, al hombre de la calle o al de las altas cortes.
Con la presencia de dos miembros de la dinastía Zuleta en el escenario, sólo reservado para las buenas bandas musicales, la naturaleza que dio origen a la “porro-vía” se metamorfoseó hacia otra categoría cuando sus organizadores incluyeron al vallenato que se oyó paralelo al retumbar de las bandas, desviándose la razón que inspiró la idea inicial, casi para enterrar un experimento que nos había hecho volver a estremecer recordando aquellas fabulosas bailadoras que arrancaban a músicos diálogos melódicos de casi imposible repetición, y a quienes estaban presentes, gritos de alegría que rompían la barrera de la distancia para permanecer incrustados en las colinas vecinas. Entones, si queremos que el fandango vuelva al ruedo, retomemos la idea que originó la “Porro-Vía”.
Para que no se me mal interprete, me considero vallenatólogo, por lo que no estoy descalificando a los Zuleta ni al vallenato. No faltaba más.

noctambula2@hotmail.com
 

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