Columna


Dijo el senador Juan Carlos Vélez, persona no conocida por mendaz, que el vicepresidente Angelino Garzón le habría manifestado simpatías por el proyecto que autoriza convocar una constituyente para reformar la justicia. Al instante el Vicepresidente suscitó las iras y reproches de la vanguardia santista; unos, sin respeto por el enfermo, dudaron de su sanidad mental mientras que otros, más zalameros con Santos, le solicitaron su renuncia.
Garzón tiene derecho a pensar que sus opiniones fueron un pretexto para que aflorara la malquerencia de los santistas, ocasionada por su talante indócil que lo torna perturbador del unanimismo que cierra corro en torno a Santos. Otra vez, el díscolo Vicepresidente es mostrado como impertinente, desleal e importuno. Máxime si para el santismo constituyente es vocablo evocador de Uribe. Y, es palpable, el régimen sufre de escozor con sólo recordar la sombra del expresidente.
Contra Garzón se aduce una sobreentendida obligación de renunciar a sus principios, ideas y valores para adoptar, sin derecho a examen ni repugnancia, los del Presidente. El régimen mira al Vicepresidente como un súbdito incondicional del Presidente, que ha tomado prestada la conciencia ajena y lanzado la suya al cesto de la basura. Garzón es renuente a esta disciplina y de allí el afán de sacarlo del cargo, a como dé lugar. Con tal de liberarse de la incomodad que causa la franca llaneza de sus disidentes opiniones Santos buscó enviarlo lejos de Colombia y creyó que, en serio. su canciller era una maga. Olvidó que ella solo consigue las recompensas que Chávez estima justo precio de su obsecuencia con la revolución bolivariana.
Ahí está Angelino, retractado o no, como una amenaza de futuras pero seguras incomodidades. Y es que el Vicepresidente entiende bien que el ser elegido en la misma fórmula de Santos lo hacía comulgar con el programa de éste, pero no le suprimía su entendimiento ni su conciencia. ¿Y qué es lo malo de Angelino? Que piensa por su cuenta, con mucho apego a su tradición de representante del sentir y de los anhelos de la clase trabajadora. Además, Angelino sabe que no llegó a Vicepresidente con pase de cortesía del santismo; él prestó a Santos el rostro amable con los colombianos de sudor y pena, como diría Zalamea. Fue un matrimonio de conveniencia en que ambos aportaron.
Los hechos certifican la incapacidad del Congreso para adoptar reformas trascendentales, en especial a la justicia, porque una seria reestructuración de ésta significa desmontar el sistema de imbricación política de la Constitución de 1991, que permite el cruce de poderes, favores y corrupción entre las distintas ramas del poder público. Sólo una constituyente puede romper el cerco y recrear una justicia despolitizada, ágil, bien estructurada y dedicada a lo suyo. Pero en el régimen el fantasma de un posible regreso de Uribe al poder aturde. Lo que no confiesan es que para ello Uribe necesita obtener mayoría en esa constituyente y por consiguiente ganar las elecciones.
Esto justamente es lo que mortifica al santismo; que gane Uribe, aún contra el gobierno y su maquinaria. Lo que traduce terror a la democracia: que el pueblo imponga sus mayorías y su voluntad.

* Abogado – Docente de la Universidad del Sinú - Cartagena

h.hernandez@hernandezypereira.com

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