Cuando escuché al candidato a la alcaldía recitando de memoria el nombre de sectores, barrios, calles, callejones y avenidas, supe que conocía la ciudad como la conoce un policía de tránsito. Más de 20 años de periodismo callejero y barrial le habían servido para memorizar el mapa urbano, pero eso no garantizaba que conociera la ciudad en la profundidad de sus problemas o que fuera capaz de darles soluciones. Esto lo hace mejor un GPS o sistema de posicionamiento global.
Cada día aparecen nuevos decepcionados que votaron por un hombre que obtuvo más de 160 mil votos. No me cuento entre ellos. Nunca me hice ilusiones sobre un candidato que improvisaba programa como se improvisa un radio periódico popular, en medio de la exaltación del momento. El alcalde llegó sin agenda y la ha estado haciendo a medida que surgen los problemas.
En su campaña étnico-populista, el candidato prometió muchas cosas. A seis meses de gobierno, no ha cumplido ninguna. Hoy parece un sonámbulo extraviado en la madeja de sus responsabilidades, rodeado de asesores y “aviones” por todas partes. Desde el día en que dijo que le pediría al alcalde de Fort Lauderdale una máquina de bomberos, pensé que el futuro alcalde no comprendía la grandeza de gobernar sino que creía que ésta era en una sociedad de pedigüeños.
Lo dije públicamente: el cuento de las casas para los damnificados de San Francisco es puro cuento de campaña, pero el fogoso candidato duplicó la cifra de la oferta gracias a esa forma de altanería que muchos adoptan cuando llegan al poder.
El candidato prometía soluciones al mercado público, a los mototaxistas, a la “decepción” escolar, a los taxistas, a los picoteros, a las inundaciones, al pandillismo, a Transcaribe, al emisario submarino, etc., etc., etc. No me explico cómo no ha habido marchas indignadas de gentes reclamando lo que les prometieron. Y la verdad es que no sé dónde anda el Procurador que lo llame a explicar por qué comisionó a su hija- según le dijo a Semana- para investigar lo que hacían en una secretaría clave en la contratación.
Anoté en una de mis columnas que el candidato había empezado a manejar el bus de su popularidad pero que, poco a poco, al subir más aliados a su campaña, miembros de familias políticas o empresarios con proyectos en marcha, éste acabó haciendo trabajos de sparring. Algunos leales servidores de entonces, andan por ahí relegados, rezongando y con ganas de aceptar que se equivocaron mientras su candidato sueña con una bahía repleta de marinas.
No me arrepiento de haber dicho que no bastaba ser una persona popular en los micrófonos para pensar que se podía gobernar una ciudad. Por decirlo, algún asesor del candidato lo puso a decir por escrito que yo era un “racista” y un clasista, lacayo de la aristocracia de “blanquitos”, un “emigrante chocoano” que debía volverse a su tierra.
Hoy Cartagena anda como un cangrejo, de ladito y hacia atrás. Si no se hunde del todo es porque los negocios marchan, porque la administración, mal que bien, tiene funcionarios, aunque el proyecto populista haya fracasado. Si la ciudad no se cae es porque las cosas también funcionan por inercia.
*Escritor
collazos_oscar@yahoo.es
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