Columna


Decidir el desarrollo y el consumo cultural

MARTHA AMOR OLAYA

29 de agosto de 2011 12:00 AM

MARTHA AMOR OLAYA

29 de agosto de 2011 12:00 AM

Desde que se inauguró el discurso del desarrollo con el presidente norteamericano Truman en 1949, los países “desarrollados” en su “corresponsabilidad” planetaria se propusieron “ayudar” a superar la pobreza de los países “subdesarrollados”.
Con dicho discurso han justificados las intervenciones que en lugar de mejorar las condiciones socio económicas de nuestras naciones han profundizado la brecha entre ricos y pobres reproduciendo peligrosas condiciones inequitativas entre naciones y entre personas de una misma sociedad.
El Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional se encargaron de hacer atractivos y millonarios préstamos con la condición de que abriéramos nuestras economías al mercado mundial con resultados nefastos para nuestros países que no contaban con las condiciones mínimas para competir con naciones poderosas y fuertes tanto en lo económico como en lo político.
Hay toda una teoría que plantea que el “desarrollo” es una invención de las grandes potencias para legitimar un discurso estratégico que perpetuara y extendiera su dominio hacia las naciones más vulnerables y con ello mantener su estatus y poder, reproduciendo una dependencia desventajosa que oculta procesos de explotación, dominación y apropiación, presentes en la lógica capitalista.
Ante las prevenciones que se pueden tener a las “fórmulas importadas”, se ha introducido el término cultura en el discurso del desarrollo como “estrategia” de conexión entre las pretensiones externas y la valoración de los contextos culturales, en aras de no atropellar las costumbres de la sociedad intervenida.
Es quizás por este nuevo discurso de “desarrollo y cultura” que percibimos una fuerte oferta de cooperación internacional en el ámbito cultural que despierta sospecha por considerarse otra forma de imperialismo en la que se implantan agendas de expresiones culturales foráneas que debilitan la identidad local en cuanto se consumen como expresiones más “maduras y desarrolladas” que las propias y porque roban protagonismo a los artistas locales a quienes tanto les cuesta sobrevivir.
Sin embargo, en una sociedad carente de tantas cosas y con una cultura asistencialista tan arraigada, la cooperación internacional siempre es recibida con los brazos abiertos, sin una posición crítica respecto a las intenciones que traen. Es necesario no ser espectadores inocentes y distinguir las amenazas que las intervenciones traen.
No se trata de rechazar la cooperación internacional que hace importantes aportes para resolver ciertos problemas. Se trata de desarrollar capacidades de negociación con las cuales podamos canalizar las ayudas hacia los propios intereses.
Con ello las organizaciones aportantes no impondrían lo que consideran bueno sino que su ayuda posibilitaría a que fuéramos actores y protagonistas del “desarrollo” que pretenden de acuerdo con su discurso.
En el campo cultural la negociación estaría dirigida a que esa agenda con artistas o expresiones foráneas sea nutrida con artistas o expresiones locales que propicien diálogos pluriculturales en el escenario, representando así una integración no desigual en el contexto globalizado.
Si estas posibilidades están abiertas, miraríamos sin recelo los afanes externos de intervenir nuestras esferas culturales.

*Comunicadora social-periodista.

martha_amor@yahoo.com

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