Columna


Leyendo y escuchando los mensajes en contra del técnico de fútbol Hernán Darío, “El Bolillo” Gómez, por agredir a una mujer, uno creería que en este país las féminas no tendrían por qué quejarse de falta de protección, habiendo más de 40 millones de  almas dispuestas a defenderlas.
Pero revisando las estadísticas escalofriantes que acaba de publicar el “Observatorio de Derechos Sociales y Desarrollo” (Odesdo), hasta el más despistado detectaría la hipocresía y el oportunismo detrás de la salvaguardia a la misteriosa mujer agredida.
Gómez, quien verdaderamente la em-barró, dio papaya, y sus detractores no perdieron la oportunidad para crearle mal ambiente, lo que, unido a la doble moral colombina, fue una combinación suculenta para el hambre de rating de los telenoticieros.
En el fondo, a muchos de quienes pedían la cabeza del técnico de fútbol les importó poco lo que pasó y lo que pueda seguir pasando con esa mujer. Lo importante era masacrar a Gómez hasta que se sintiera extremadamente avergonzado y terminara abandonando su cargo, como efectivamente lo hizo.
Por esos días, un grupo de ciudadanas integrantes del “Colectivo nacional de mujeres víctimas del conflicto armado” denunció, ante los medios de comunicación, que estaba siendo amenazado y asesinado por matones, quienes, a estas alturas del siglo XXI, se las pican de anticomunistas para impedir que las desplazadas luchen por recuperar los derechos que perdieron en medio de la guerra.
Me imaginé que en cuanto las declaraciones de estas mujeres salieran a la luz pública, una avalancha de cartas a los buzones de los periódicos, comentarios en internet, declaraciones televisivas o radiales iban a igualarse a los discursos solidarios dirigidos a la mujer maltratada por “El Bolillo”.
Pero nada. Aunque denunciaron su tragedia con pelos y señales, sus palabras se las llevó el viento. No conmovieron a nadie. Ni siquiera a las mujeres que tanto garrote le dieron a Gómez durante más de 15 días, supuestamente para rodear a la compañera mancillada; y ni siquiera a los hombres, quienes muy seguramente, en la intimidad de sus hogares, no se cansan de encender a puños y a palabras desobligantes a sus propias esposas e hijas.
Mientras el presidente Juan Manuel Santos pedía que se le buscara un reemplazo a  Gómez y los “comentaristas” en internet continuaban desollándolo vivo, en los barrios miserables de Cartagena las desplazadas seguían recibiendo sufragios y panfletos amenazantes, cuando no persecuciones descaradas de desconocidos que las esperaban a la salida de las reuniones de sus respectivos grupos.
En Tolima, Chocó y Valle del Cauca las cosas no son mejores: muchas han sido exterminadas a balazos sin que alguien (fuera de las estadísticas) diga algo diferente a que “estamos adelantando las investigaciones correspondientes para dar con el paradero de los asesinos”.
Una de las desplazadas me contó que cuando fue a poner la denuncia en la Fiscalía la miraron por encima del hombro y, después de varias idas y venidas, fue cuando les dio la gana de atenderla.
Apuesto a que, de haber dado la cara, la mujer agredida por “El Bolillo” no hubiera tenido que trasladarse hasta la Fiscalía. Los detractores del técnico hubiesen ido por ella, si eso servía para terminar de destruirlo.

*Periodista

Ralvarez@eluniversal.com.co

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