Me había ausentado de las salas de cine por varios años, debido a lo incomodo que me resultaba hacer largas colas y por el comportamiento poco culto de algunos de los asistentes.
La buena crítica que se le hizo a El Discurso del Rey me tentó a regresar a lo que fue mi entretenimiento predilecto. Debo reconocer que el experimento tuvo resultados muy positivos. Me encontré con que había un seguro estacionamiento para automóviles con conexión interna a los teatros, no tuve necesidad de hacer cola, el público se comportó bien y la película resultó mejorable.
Este regreso a las salas de cine me ha hecho meditar en cómo han evolucionado público, teatros y empresarios. De la época del cine mudo con banda de músicos para animar la función y personal experto en leer al revés cuando se situaba detrás del telón, solamente tuve conocimiento por referencias. Tengo plena conciencia del período en el que el Rialto y el Variedades se disputaban los favores del público. En el Variedades se exhibían las películas del M.G.M., Paramount, 20th Century Fox, Artistas Unidos y algunas producciones en español.
El Rialto era sede de R.K.O., Universal, Republic y varias casas mejicanas. Hubo ídolos a granel: Jhonny Weissmuller (Tarzán), Carlos Gardel, José Bhor, John Wayne, José Mojica, Buck Jones, Greta Garbo, Bette Davis, Diana Durbin, Charles Laughton, Janette MacDonald, y cientos más.
En los teatros la ubicación del público estaba dividida en palco, ante-palco, luneta, especial y galería. Los asistentes a las secciones populares eran muy exigentes y, si la película que se estaba proyectando no resultaba de su agrado, pedían a gritos que fuera cambiada por otra. Si el dueño del teatro o el administrador no los complacía, cometían los destrozos más increíbles. En más de una ocasión la policía tuvo que actuar enérgicamente para evitar la ruina total de los establecimientos. Poco a poco el público se fue moderando y, con la proliferación de los salones populares en los barrios, tuvo sitios suficientes donde escoger la película de su predilección.
De ese periodo inicial del cine parlante hay recuerdos curiosos, algunos agradables, aunque revestidos de un “corronchismo” increíble. Existía el intermedio. Se prendían las luces y se estrenaban los últimos “hits” musicales acabados de recibir de Cuba. Las personas aprovechaban para ir al baño, para tomar un refresco o un helado en la sucursal del Polo Norte del Teatro Variedades. Durante la proyección de las cintas, cuando una escena era del especial agrado del público, éste aplaudía delirantemente, lo que obligaba al operador a dar marcha atrás al proyector para repetir la escena originadora del delirio. Esto ocurría frecuentemente cuando Gardel interpretaba sus bellas canciones.
En el lapso en el que el público aún agresivo, se desempeñaba como empresario del Teatro Variedades Don Rafael Pinzón. ¡Qué de insultos y palabras soeces no tuvo que soportar Don Rafa en aras del buen desempeño de su misión cultural! Quien terminó siendo uno de los hombres más populares de Cartagena, pese a su condición de cachaco.
* Asesor Portuario
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