Columna


Desconcierto en Cartagena

CARLOS DÍAZ ACEVEDO

27 de junio de 2012 12:00 AM

CARLOS DÍAZ ACEVEDO

27 de junio de 2012 12:00 AM

Sin prohibición o con prohibición, el ruido de los picós reina los sábados, los domingos y hasta los lunes, denuncia la gente. No solo la música del Rey y del Conde a la que los denunciantes nombran como ruido. En algunos sitios de la ciudad retumban hasta los martes, incluso ahogando las voces y los cantos de los curas y los pastores de las iglesias vecinas a los sitios de los bailes. No creo que la única razón para que también se programen bailes picoteros más allá de los días de descansar o de guardar sea que los picós tengan la agenda copada los fines de semana.
El hecho de que los picós sigan sonando a todo timbal, a pesar de que está vigente una norma que los prohíbe, que lo hagan en días laborables, por encima o por debajo de las autoridades civiles y eclesiásticas y de muchas comunidades, nos tiene que poner a pensar sobre lo que está pasando en el presente, que tiene mucho que ver con lo que ha pasado en el pasado. Algo más tiene que haber en el canto de la cabuya en este cuento con los picós, con la música champeta y otras músicas que no solo son pura bulla. 
¿Cómo es posible que se pueda organizar y llenar un baile de picó un lunes o martes por la noche?, me pregunto. ¿Cómo es posible que se sigan dando y llenando especialmente con pelaos?, me sigo preguntando. Por un asunto de obligaciones, creo yo. Porque las obligaciones de quienes participan en general en estos bailes (que son más que bailoteos) con el Estado, el Gobierno, la familia, el trabajo, la escuela, la Iglesia, o con la sociedad en general, no existen, o en el mejor de los casos son enclenques.
Porque no tienen obligaciones fuertes con estos escenarios que además están en crisis, algunos en franco deterioro, de capa caída. Porque en general no tienen nada que ver con las personas amantes de los picós y viceversa. En ese sentido los picoteros no paran bolas, no hacen caso, desobedecen, bembean, resisten, enfrentan, alzan la voz, como sucede hasta en las mejores familias. Por un asunto de desobligaciones y desobediencias, los bailes de picós se siguen haciendo no solo los fines de semana, porque además de ser un vacile efectivo y de ser una fuente generadora de trabajo, son fuentes de una identidad de resistencia, con un alto componente de violencia y contra todo orden establecido, debido a esto se les ve o son realmente generadores de des-orden.
Para bien o para mal son fuente de alimentación para los cuerpos, los espíritus y las almas, individuales y colectivas, especialmente de muchas personas negras por dentro y por fuera, de personas y grupos que son lo que son con lo que les ha tocado vivir en los márgenes de la ciudad colonial y post-colonial. De gente que no ha sido considerada tal, ni ciudadana, de seres humanos que se les quiere ver como no personas, que se les nombra como sea, en muchos casos como “negramenta”, cuya música llega a los oídos de los demás en forma de ruido. 
Si no que lo digan los Alfonso Múnera, Javier Ortiz y Raúl Román, que han indagado sobre la historia del desorden en la plaza, que dicho sea de paso, nunca ha sido solo un asunto de los sectores populares. Las élites de la ciudad también han aportado y siguen aportando su camión de arena al desconcierto en Cartagena.

*Lingüista, Literato y Comunicador para el Desarrollo

puntos_de_encuentro@hotmail.com

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