Al asumir el cargo los alcaldes revelan su intención de cambiar el rumbo del municipio. Se comprometen a construir las obras que necesita la comunidad, a aplicar la ley con rigor y a erradicar la corrupción de los procesos de contratación. Por eso despiertan simpatías y esperanzas. Pero cuando advierten la magnitud del privilegio que entraña disponer de los recursos del presupuesto, archivan esos propósitos y se dedican a enriquecerse, sin reparar en que para lograrlo el socio hubiere o no conformado la alianza que lo eligió, porque lo que importa es el ofrecimiento que garantice un lucro mayor. Ese convencimiento de poder acomodarlo todo a su conveniencia los impele a desprenderse de su condición de humanos para transformarse en deidades y anunciarlo a través de los medios de comunicación, reivindicando el don de la infalibilidad como instrumento no sólo para acallar u opacar a quienes cuestionan los desaciertos y las indelicadezas que se cometen en la Administración, sino para justificar la celeridad con que se incrementaron algunos patrimonios, cuyos propietarios llevaban una vida de privaciones, más bien plagada de sobresaltos que provenían de los apremios de los acreedores. Esta es la sensación que prevalece en la ciudad luego de que Jesús Paternina Samur dijera que a su gestión como alcalde no hay nada que reprocharle porque no sólo están las obras para mostrar, sino, también, porque aquí, en Sincelejo, gobierna Dios, quedando entre sus malquerientes, la duda respecto de si es él quien encarna la deidad o si, por el contrario, ella lo eligió a él para iluminarlo en el cumplimiento de sus tareas y protegerlo de habladurías y difamaciones. Todo comenzó porque circulan en la ciudad siete pasquines (que ahora llaman evangelios) que alertan a la ciudadanía y a los entes de control sobre irregularidades cometidas durante este gobierno, de las que solo el Alcalde, sus parientes y su círculo de amigos se han lucrado. La reacción del Alcalde desconcertó. Involucrar a Dios como actor en la discordia ocasionó polémica y despertó enojos y suspicacias. Además, excedió la atención que a los cargos debió darles, empezando porque se desconoce el autor de los textos y no se puede confirmar la veracidad de las acusaciones que en ellos se incorporaron. Pero las revelaciones de quienes se ocultan para denunciar, por ciertas que pudieran resultar, tampoco merecen apoyo. Ningún beneficio reporta para el desarrollo y la imagen de Sincelejo que quien conoce los fraudes que se cometen contra el erario se esconda para informar. Esa conducta no incita a los investigadores y denota cobardía, falta de civismo y, tal vez, el resentimiento de su autor por encontrarse excluido de la repartija. Convendría un debate en el que además de permitirle al acusador exhibir sus evidencias y razones, se le diera oportunidad al reo para que contradiga y desvirtúe. Eso, aparte de adecuarse a las formas que la civilización ha establecido para que los acusados se les juzgue sin desconocerle su defensa, nos llevaría a la certeza sobre la pulcritud que defiende el Alcalde o el deshonor que le atribuyen sus detractores. *Abogado y profesor universitario. noelatierra@hotmail.com
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