Hace dos semanas, Hugo Chávez pronunció un discurso de nueve horas y media, durante la presentación de su gestión ante la Asamblea Nacional de Venezuela. Aunque el mandatario venezolano prometió ser breve, el demonio de la verborrea lo poseyó otra vez y batió el record mundial, establecido por Fidel Castro en 1998, cuando su perorata fue de 7 horas y 15 minutos en la cual, según las crónicas, habló de política, santería, música, medicina y otros temas.
Chávez también se ganó de lejos a todos los oradores colombianos, quienes fueron famosos hasta mediados de los años 60 por fatigar las tribunas con sus largos discursos. En efecto, Chávez, superó (en longitud, no en calidad) los discursos de José María Rojas Garrido, Enrique Olaya Herrera, Antonio José Restrepo, Guillermo Valencia, Eliseo Arango, Silvio Villegas, Augusto Ramírez Moreno, Fernando Londoño y Londoño y Jorge Eliecer Gaitán, entre otros, ya que ninguno de ellos tuvo la suficiente facundia para “jalarse” un discurso de 9 horas y media como el de Chávez.
Los discursos largos son una especie de desmanes oratorios y una tortura para el auditorio. Un aforismo chistoso dice que “La mente alcanza hasta cuando la nalga aguanta”, es decir, que cuando los oyentes de estas cataratas oratorias comienzan a moverse en los asientos, es signo de que la audiencia está ansiosa de que el orador termine su cháchara.
Se dice que el discurso más largo pronunciado en este país fue el de José Jaramillo Giraldo, quien siendo presidente del Senado en 1946, juramentó como presidente de la República a Mariano Ospina. La perorata duró 4 horas y media. Una leyenda urbana dice que este despliegue de verborrea le costó la vida al poeta Eduardo Marquina, quien vino a la posesión como miembro de la delegación española. Jaramillo, era liberal, o sea del partido perdedor de las elecciones, y se le dio por hacer un recuento de las ejecutorias del liberalismo en el periodo entre 1930 y 1946. Marquina, quien por su edad padecía problemas de próstata, razón por la cual debía ir al retrete con inusitada frecuencia, a la hora de la perorata de Jaramillo, cuando esta apenas iba por el año 1934 y hablaba de Olaya, ya sentía signos de incomodidad; a las tres horas, Jaramillo iba refiriéndose al gobierno de Eduardo Santos y Marquina ya estaba pálido y al borde del colapso; y a las cuatro horas y media, cuando acabó Jaramillo el poeta estaba grave y se lo llevaron en una camilla para un hospital, con una grave retención urinaria que motivó que más tarde fuera remitido a New York, en donde falleció.
El segundo puesto, según Daniel Samper, lo tiene un discurso de Luis Vidales en un homenaje a Baldomero Sanín Cano, a quien habían galardonado con el premio Lenin de la Paz, que duró cuatro horas y que motivó unos versos que se le atribuyen al poeta de Greiff que dicen: “En su discurso pro-paz / Luis Vidales se propasa /Los asistentes en masa / Ya no soportamos más”.
En fin, los discursos largos como el de Chávez son un abuso con los oyentes, que en ocasiones tienen consecuencias graves, como fue el caso del poeta Marquina.
*Directivo universitario. Miembro de la Academia de la Historia de Cartagena.
menrodster@gmail.com
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