Columna


Destino Samarra

PADRE RAFAEL CASTILLO TORRES

21 de noviembre de 2010 12:00 AM

PADRE RAFAEL CASTILLO TORRES

21 de noviembre de 2010 12:00 AM

El invierno es severo, las inundaciones nos sobrepasan, la gente está perpleja y nuestra incapacidad es notoria. El Presidente habló de pedir ayuda internacional. No falta quien hable de desastre natural, otro dirá que ese es el mal físico y el Ideam nos informa que esto va para largo. Pero eso no es lo más grave. Lo peor es que nos hemos acostumbrado a vivir inundados sabiendo la raíz de todos los males y empecinados en no cambiar de actitud. Intentamos resolver consecuencias sin mirar causalidades cuando la prudencia aconseja evitar que el mal se siga difundiendo. Permítanme contarles esta historia: “Un soldado de la antigua Basora, en Mesopotamia, lleno de miedo, fue al rey y le dijo: Mi Señor, sálvame, ayúdame a huir de aquí. Estaba en la plaza del mercado y encontré a la Muerte toda vestida de negro que me miró con una mirada mortal. Préstame tu caballo real para que pueda ir deprisa a Samarra que queda lejos de aquí. Temo por mi vida si me quedo en la ciudad. El rey le concedió el deseo. Más tarde el rey encontró a la Muerte en la calle y le dijo: Mi soldado estaba aterrorizado; me contó que te encontró y que tú lo mirabas de una forma extrañísima. Oh no, respondió la Muerte, mi mirada era sólo de asombro, pues me preguntaba cómo haría ese hombre para llegar a Samarra, que queda tan lejos de aquí, porque lo esperaba allí esta noche”. Esta historia no es más que el reflejo de la aceleración del crecimiento hecho en algunos sectores de nuestra ciudad y de la forma como hemos condenado a muchos de nuestros conciudadanos a vivir en la exclusión. Decidimos coger para Samarra. Tenemos poco tiempo para entender lo que pasa y casi ninguno para tomar las medidas necesarias que eviten lo irreversible. Hoy la pelea no es por evitar el calentamiento global, sino por lograr que sea menos catastrófico. La mayoría responde a la gravedad del desafío con mercados y colchonetas, mientras otros se achantan esperando que la tecnociencia resuelva los efectos destructivos, lo cual no es cierto. Un aguacero nos deja sin casa, sin agua, sin gas y sin luz. El daño causado a La Popa se nos convirtió en avalancha. Lo que está pasando, considero, nos debe llevar a una inquietud dinámica que se transforme en acción esperanzadora. Todos tenemos que encontrar un nuevo modelo de vida, de desarrollo y de construcción de estrategias para asociar la necesidad y la vocación natural del ser humano al desarrollo con la responsabilidad ecológica. ¿Será posible cambiar y encontrar nuevas maneras de producción, de distribución, de relación con el prójimo y con el ambiente? Les recuerdo que no hay Arca de Noé salvadora, más bien aprovechemos la lección de Gandhi: “La Tierra tiene lo suficiente para el sustento de todos, pero no para la ganancia de unos pocos”. Creo que con buena información, voluntad política, competencia técnica y fe podemos cambiar los hábitos y los valores equivocados que nos rigen. Tengamos presente que la fe es mucho más que un dogma, que los ritos no son actos mecánicos, y que el amor es más que poesía. Son instrumentos de acción con fuerza transformadora. *Sacerdote y sociólogo, director del Programa de Desarrollo y Paz de los Montes de María. ramaca41@hotmail.com

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