Columna


Diciembre con ropa nueva

SARA MARCELA BOZZI ANDERSON

07 de diciembre de 2010 12:00 AM

SARA MARCELA BOZZI ANDERSON

07 de diciembre de 2010 12:00 AM

Para algunos de nosotros que hemos perdido a muchos seres queridos, la navidad se convierte en una época cargada de melancolía, aunque se trate de una dulce melancolía. Recordamos los rasgos amables de la personalidad de nuestras madres, hermanos, primos y amigos. Porque al morir sólo dejamos lo que hemos regalado en la vida.
En alguna ocasión el humanista Mario Mendoza Orozco decía que “vivir es consumir instante tras instante nuestro tiempo, agotar todos los plazos, hasta que ya no exista más futuro desde el cual fluya la frágil corriente de nuestra vida. Vivir es gozar de un presente inestable e intangible que desemboca y nutre nuestro pasado, que es lo que realmente somos”.
Por eso, el humanista aprende, a través de la observación continua de las manifestaciones del espíritu humano, a valorar la vida, en la medida en que también aprende a aceptar nuestro destino común. Y cada día, nos acercamos más a ese destino que nos exige fortaleza para dar el paso lentamente, o para aceptar la partida brusca o inesperada en la cual no hay tiempo para el examen de conciencia ni la contrición de corazón,
Las luces de diciembre son a veces traicioneras: ellas evocan los juegos infantiles, cuando todo era posible, hasta la felicidad. Pero también nos recuerdan cómo ha pasado el tiempo, cómo nos hemos preparado para la eternidad, y cómo seguirá estrechándose nuestra relación con los queridos amigos muertos.
Más allá de la escarcha, el brillo de hojalata y el pino de plástico, la humanidad debería pensar en esta navidad, en todos los seres que han quedado sumidos en la pobreza, sin posibilidades de recrear el nacimiento de Belén, de jugar el béisbol de bola de trapo, el baile del trompo en el patio de la casa, el barrilete que dibujaba su canto en el cielo. Nuestros vecinos del Bolívar grande han perdido sus sueños en ese microcosmos multicolor de un árbol de navidad, donde se esconde la estrella que se niega a elevarse en un canto de alegría por la vida.
Por eso me ha gustado tanto la iniciativa de un dirigente cartagenero que nos propone un diciembre diferente: la acción de gracias por vivir la vida, la deberíamos exteriorizar aportando parte de lo que necesitamos, no parte de lo que nos sobra, para mitigar en algo el dolor de nuestros hermanos que ven brillar tantas luces sin esperanzas. También han dado un hermoso ejemplo los trabajadores de la Universidad San Buenaventura, al donar un día de su sueldo por sus hermanos que sufren los estragos del invierno.
Al ser generosos, sentiremos más cercanos a nuestros seres queridos que han partido, y sólo así sentiremos que nos aproximamos tranquilos a nuestro pasadizo hacia la muerte. Hagamos el intento de viajar más allá, y ese tránsito lo haremos más ligeros de equipaje.
Una última consideración: tratándose de una fiesta cristiana, lo ideal es que fuese la parroquia de su barrio la encargada de recibir sus donaciones. La credibilidad de la Iglesia para estos menesteres debe ser prioritaria a la hora de distribuir los auxilios, para que no ocurran los hechos reprobables del pasado. Que venga diciembre con alegría, con ilusión, con luz y amor con ropa nueva, y que cada uno de nosotros le otorgue el sentido que se merece. Para que llegada la hora de partir, podamos decir como un poeta: “Vida, nada me debes, vida, nada te debo, vida estamos en paz!”…;

*Directora Unicarta.

saramarcelabozzi@hotmail.com

 


 

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