Bolívar ha sido uno de los departamentos de Colombia más castigados por la parapolítica y la corrupción. Si a esto se suma el impacto trágico de los desastres naturales, se explica que hoy sea un departamento arruinado. Gran parte de su clase política ha estado arropada por el clientelismo. El “caudillismo” regional tiene dos o tres familias o “casas” que se reparten la administración pública, pero no hay uno solo de esos líderes que no se haya visto envuelto en escándalos de corrupción. Esas familias políticas regionales han conseguido representación nacional en Cámara y Senado gracias al voto amarrado en municipios y corregimientos. Esta representación nacional no ha servido para sacar de la postración a un departamento con más de 2 millones y medio de habitantes, con vías de comunicación insuficientes. Los índices de pobreza del departamento son verdaderamente escandalosos. Las familias políticas que desde Cartagena o Magangué han monopolizado la administración pública, han estado pagando primero sus deudas con la justicia que las deudas morales contraídas con quienes los eligieron. No extrañe entonces que los ciudadanos más escépticos digan que Bolívar no es un departamento gobernado desde la Plaza de la Proclamación sino desde las cárceles del país. Es verdaderamente escandaloso darse cuenta del poder inmenso que todavía tienen dirigentes investigados y condenados y personajes de la vida departamental que, desde la cárcel, manejan los hilos del poder y deciden candidaturas. Pero más escandaloso resulta que las alianzas entre los partidos no reparen en la hoja de vida de los dirigentes. Para ellos, lo más importante no es la transparencia sino el número de votos que puedan aportar. Esta es la primera vez que, como comentarista político, dedico una columna a las elecciones en Bolívar. Lo hago por dos motivos: uno, por el asco que me produce ver cómo sobrevive la vieja clase política corrupta, y dos, porque no puedo dejar pasar la posibilidad de defender la candidatura de un hombre humilde y honrado, preparado para regir los destinos de su departamento. Me refiero, por supuesto, al abogado Dionisio Miranda, candidato de una alianza oportuna entre el Polo Democrático Alternativo y el Partido Verde. En verdad, la candidatura de Miranda no es una candidatura partidista: es la candidatura de un ciudadano honesto y capaz que nunca ha hecho tratos ni alianzas con la corrupción y la parapolítica. Miranda es un afrodescendiente orgulloso de serlo. En consecuencia, los afrodescendientes de Cartagena y Bolívar tienen en él a un candidato que entiende desde dentro sus problemas. Pero no se trata de una candidatura étnica. Creo que la de Dionisio Miranda debería ser una candidatura ciudadana para la gente honrada, es decir, para la mayoría. Miranda no pertenece a ninguna de las “casas” que han gobernado Bolívar y han hecho el esfuerzo descomunal de mantenerla pobre y más aislada del progreso mientras ellos se enriquecían. Por no pertenecer a ninguna de estas “casas”, es quien mejor encarna la causa de la decencia. *Escritor salypicante@gmail.com
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