Columna


El amor loco

ROBERTO BURGOS CANTOR

31 de diciembre de 2011 12:00 AM

ROBERTO BURGOS CANTOR

31 de diciembre de 2011 12:00 AM

A partir de la carta política de 1991 pareciera que los colombianos hemos acentuado nuestra desconfianza campesina tradicional y también con fundamento histórico. Y por supuesto nuestro entusiasmo por los litigios. Éste quizá lo habríamos morigerado si aún conserváramos los ritos del duelo con padrinos, hora y armas de vaqueros.
Es interesante que a nadie le importa establecer el territorio de nuestro obstinado presente. Proponemos un estado de perfección en abstracto que nunca va más allá de las inanes discusiones de todas las veces. Como si acaso el mundo no se hubiera convertido en esta conjunción de dificultad, esperanza, fracaso, medianos logros, avaricia, e indiferencia, que reta a cualquier propuesta virtuosa.
Un estado de cosas así nos predispone a sospechar de la ley, de la regla, de la norma. Cada disposición puede ser manipulada. Y como los tiempos de hoy volvieron mundanos a quienes antes eran de recogimiento, sigilo y discreción, ya la debacle está anunciada. Incluso los antes severos oficiantes de la religión, la justicia, divulgan a la más liviana de las cosquillas sus conversaciones privadas. A lo mejor la antigua admonición de Dios te ve fue sustituida por: estas chuzado.
Y vamos a cerrar el año con una de las controversias donde vale todo menos la ley.
La Fiscal General de la Nación, como no juró votos de castidad, ni es de la orden de Santa Teresa, decidió, ya en ejercicio de su empleo, casarse con un hombre que no le hace gracia, a lo mejor con razón, a muchas mujeres que no lo han tenido en su cama. Parece que como cualesquier consortes del poder hace pequeños favores. Parece, digo.
En lugar de apedrearlo con denuncias, quienes dicen saberlo, prefieren cuestionar el matrimonio de la Fiscal. Es valiente, es autónoma, es preparada y para colmo de sus envidiosos es atractiva. Además escogió una opción de vínculo distinta a la impuesta en Colombia antes de 1991. Muchos olvidan la excomunión y represalias contra J. J. Gómez por haber casado por el rito civil a una pareja cuando ejercía de juez en Medellín.
Muchos machistas colombianos se asombran y tiemblan por el marido de la Fiscal. Someter sus fracasados intentos de asesor múltiple, ese oficio de quienes descubrieron que la pobreza, la paz, las enfermedades, el crimen, producen riquezas impensables, a la decisión inquebrantable de una mujer que sabe como pocas lo que a este país le hace falta.
Creo que el tema es sencillo para quienes muestran una inconformidad desviada. Acusar al cónyuge. Lo acaba de hacer el doctor Ternura y la respuesta es precisa: investigarlo. O revivir la severidad musulmana en vía contraria: que las mujeres lapiden al marido indigno.
La Fiscal ha despertado tantas admiraciones, del país que aún sueña, que los pretendientes la obligarán a encontrar una religión nueva donde el harem masculino sea posible.
Hoy, su aplicación principal, así es la vida, consiste en ofrecer a los colombianos la certidumbre en la ley, el bíblico designio: el que la hace la paga.

*Escritor

rburgosc@etb.net.co

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