Columna


El Campo que no habrá

MARTHA AMOR OLAYA

14 de octubre de 2011 12:00 AM

MARTHA AMOR OLAYA

14 de octubre de 2011 12:00 AM

En estos momentos estaríamos frente a un hecho sin precedentes en la historia de Cartagena. Pero Campo Elías tomó el ca-mino más corto, un camino que no sólo le afectará a él sino a toda la ciudadanía carta-genera.Campo decidió rodearse de personas que han gobernado mal o de aquellas que han estado detrás del poder sólo para ante-poner sus intereses particulares con conse-cuencias nefastas para los gobernados. Son personas que viven del erario o que necesi-tan negociar decisiones gubernamentales a su favor.
El modelo se repite. No hemos tenido más que marionetas de quienes han tenido los hilos del poder siempre, negándonos las posibilidades de hacer una política que per-siga una distribución eficiente de las rique-zas y con la intención firme de disminuir la brecha cada día más profunda entre los po-cos ricos y los muchísimos pobres que hay en estas sociedades en desarrollo. Pero en el afán por el poder, a Campo se le olvidó qué lo había llevado a postularse a la alcaldía de Cartagena. A él se le olvidó que la popula-ridad con la que contaba no dependía de sus nuevos amigos oportunistas que salie-ron en bandada una vez notaron que las cábalas no daban lugar a dudas sobre el nombre del próximo alcalde de la ciudad y así, uniéndose al mejor postor, traicionaron como lo harían en cualquier otra circuns-tancia, sus partidos, sus “verdaderos” ami-gos, sus ideologías, sus sistemas de creen-cias, y no hablemos de ética política, por-que evidentemente no la tienen.
Campo ignoró la admiración irracional de una masa que se veía en él porque les hablaba en el mismo “idioma”, porque se reía o burlaba de sus tragedias con ese hu-mor que nos permite creer que somos feli-ces en medio de la desgracia, porque defen-día aparentemente de forma altruista los intereses de los débiles y oprimidos por la fuerza del poder que da un micrófono en sociedades donde se “cantan” sólo las ver-dades de quienes no tienen el dinero para callarlas o de quienes no caen en el chantaje de pagar para que su nombre “suene” bien.
Campo tenía con qué ganar las eleccio-nes sin vender su alma al diablo y algo dis-tinto habría pasado en la capital de Bolívar.  Por primera vez los pobres saldrían a votar por convicción. O por lo menos habríamos hecho ese ensayo y hubiéramos podido me-dir, si eso realmente es posible de alguna forma. Con su decisión, no sólo nos privó de constatar esta hipótesis, sino de tener un gobierno independiente, sin las presiones de ningún sector en específico, sólo con el compromiso de cumplirle a sus electores, quienes deberían esperar, más que favores particulares, un cambio en sus condiciones de vida.
Hay quienes dirán que todavía cualquier cosa puede pasar. Yo he perdido esa espe-ranza. El panorama no pinta distinto a lo ya conocido: las mayorías venderán su voto porque hay quien se los compre (las ma-quinarias funcionan cada vez mejor aceita-das el día de las elecciones), el voto de opi-nión será en blanco y probablemente Cam-po gane las elecciones sin derecho a gober-nar como a él mejor le parezca.
Ojalá me equivoque y lo que pase me dé un duro tapaboca.

*Comunicadora social-periodista, especia-lista en gestión pública

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