Columna


El chantaje étnico

ÓSCAR COLLAZOS

17 de septiembre de 2011 12:00 AM

ÓSCAR COLLAZOS

17 de septiembre de 2011 12:00 AM

Imagínense ustedes un mundo en el que todos los judíos fueran buenos e intocables y donde señalar los defectos o delitos de uno fuera calificado de antisemitismo. Llamar antisemita a quien critica a un judío, no deja de ser un chantaje basado en la historia de la monstruosa injusticia cometida contra ese pueblo.
Esta argumentación se repite con las etnias o “razas”, sobre todo si han sido víctimas de acciones de exterminio y sistemas de esclavitud. Según esta lógica, llamar “demagogo”, “populista” o “mitómano” (creer sus propias mentiras) a un político “de piel oscura” es un acto racista. Dicho en palabras ajenas, un acto de “odio irracional a lo popular de piel oscura.”
Pero no es otra cosa que demagogia servirse de la condición de víctima de un pueblo o una raza para eximir a la totalidad de sus miembros de toda imperfección, defecto, culpa o delito. Y esto no es la “acción afirmativa” con que busca compensar las injusticias históricas sino puro y bullicioso populismo.
En una columna sobre populismo dije que conocía negros buenos y malos, decentes y criminales, honrados y corruptos. Y no son nada de eso en razón de su raza. Lo mismo dije de los “blancos”. Podría no haber dicho “negros” sino indígenas, víctimas de una guerra de conquista genocida.
Según algunos comentaristas de mis columnas, me encuentro entre quienes cultivan un “odio irracional a lo popular de piel oscura”. Al saberlo, pensé en la técnica indigna de rebatir al contradictor atribuyéndole sentimientos e ideas que nunca han sido concebidos ni practicados en su vida sino que, por el contrario, han sido siempre combatidos. Ojalá no me digan lo mismo por defender el voto en blanco.
No escribo este artículo para defenderme (no me siento atacado) sino para responder al argumento que pretende inmunizar a los individuos de una etnia por el hecho de haber sido víctimas de crímenes históricos. Cuando hablaba de populismo, hablaba precisamente de eso.
Ningún líder de minorías étnicas debería practicar la estrategia de decir que el “ataque” a uno de sus miembros es el ataque a todo un colectivo. De otra manera, lo ha estado diciendo un candidato a la alcaldía: que él es el pueblo. Alguien debería recordarle que esa fórmula recuerda la de Luís XV, “El Estado soy yo.” 
Gracias a la explotación de la memoria de las víctimas, lo que se busca es la estigmatización del contradictor: a partir de estos señalamientos, queda clasificado como enemigo de “lo popular de piel oscura.” 
Me han llamado “inmigrante chocoano”. No me ofende. En Berlín, un día fui atacado por una pandilla de neonazis que me amenazaba a gritos de “inmigrante de mierda.” De hecho, no fui durante todo 1977 un inmigrante sino un invitado del Servicio Alemán de Intercambio Académico (DAAD).
Nunca fui tratado de “inmigrante” en los países donde viví y sería ridículo suponer que lo soy en el mío. “Inmigrante chocoano” es la expresión xenofóbica que me aplica un distinguido intelectual afrodescendiente. No es la primera vez que respondo que hay argumentos mejores para discutir sobre política. Pero también sobre etnoeducación. Por esto nunca se me ocurriría llamar “inmigrante cordobés” al quizá próximo alcalde de la ciudad.   

*Escritor

salypicante@gmail.com

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