Columna


El coronel y su nieta

JORGE ENRIQUE RUMIÉ

16 de diciembre de 2011 12:00 AM

JORGE RUMIÉ

16 de diciembre de 2011 12:00 AM

En las noches decembrinas en Cartagena las luces saben a pesebre y arreglo navideño. Y la brisa, quizás aburrida de tanto caminar lerdo durante el año, ahora apura el paso entre los niños que reclaman su aguinaldo.
En las noches de navidad, los “voladores” anónimos se inmolan en lo alto, con aquel destello nítido, repetido y eternamente iluminado.
En las veladas navideñas los ángeles prenden sus linternas, dibujando estrellas que tiritan en el cielo. 
Algo debe tener la navidad, porque en los malecones se escucha el eco de sus villancicos, cantando con olas de espuma y viento alebrestado. La gente saluda fácilmente, y los rencores, apilados en el baúl de los perdones, se dejan en el zaguán.
Ayer, casualmente en una de esas noches decembrinas de tiempo sosegado, busqué mi inspiración por los desfiladeros de la memoria y recordé casualmente la historia navideña del  coronel y su nieta.  
En una de esas veladas de novenas, cordero y regalos, la nieta del coronel llegó al festejo con traje malhumorado. Su abuelo, viéndola, le preguntó qué pasaba. Ella, mirando para todos lados, no lo determinaba.
Transcurrida la velada, el coronel le insistió y la nieta, con el fastidio intacto, terminó hablando frente a los comensales. Confesó que estaba molesta porque en su casa le exigían mucho, y le daba rabia. Que sus padres le tenían “la chencha” por muchas cosas. Que había demasiadas instrucciones. Que las reglas eran cansonas. Que la fregadera para que manejara bien su tiempo. Que organizara el cuarto. Que dejara el computador. Que estudiara temprano. Y que todo eso la tenía aburrida y atortolada. Que el abuelo la dejara tranquila y que de paso se multiplicara por cero. 
El coronel la escuchó con la mayor atención del universo, y hasta olvidó la cena que tenía servida. Cuando terminó, le comentó que conocía una historia que podía ayudarla. Le dijo que hacía ya varios años, cuando ella aún no había nacido, conoció a dos jefes militares que tenían el mismo rango en las Fuerzas Especiales de la Infantería Marina. Que uno de ellos era conocido por su exigencia, disciplina y el tesón que demandaba entre sus tropas, y que muchos se lo criticaban. Mientras que el otro los trataba suave y hasta fama de bonachón tenía.
Sin embargo, en cada noche que debían salir a patrullar en la eterna guerra nuestra de las selvas colombianas, viendo el peligro que les acechaba, los infantes rezaban para que les tocara con el jefe militar más estricto. La razón era sencilla: con él había una mayor probabilidad de regresar a casa vivos o no ser capturados por el enemigo.
Mirado en perspectiva, le dijo el coronel, con tu vida y con tus padres te está pasando lo mismo. Detrás de cada regla, disciplina y exigencia que ellos te transmiten con el mayor respeto y comunicación asertiva, hay un amor infinito tratando de prepararte para que mañana puedas enfrentar mejor los retos que tiene la vida. Lo peor que ellos pueden hacerte es regalarte el cielo sin medida, tolerar la indisciplina y perdonarte cualquier mediocridad. 
Terminada la historia, la mujercita sonreía como lucero navideño. Y el coronel estaba feliz con su noche de novenas, cena fría y regalos.

*Empresario

jorgerumie@gmail.com

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