Columna


El del balde en la cabeza

CARLOS VILLALBA BUSTILLO

31 de julio de 2011 12:00 AM

CARLOS VILLALBA BUSTILLO

31 de julio de 2011 12:00 AM

Joe Arroyo fue un fenómeno en que talento y dobleces se juntaron para moldear un artista que se metamorfoseara, todavía vivo, en leyenda. Fue, además, uno de esos ejemplares humanos que el Caribe da para recargar el poder de su folclor, su mestizaje y el determinismo sociológico de un medio con privilegios que exaltan a los arquetipos como él: creativos, espontáneos, ingeniosos, audaces y célebres por la sencillez con que administran sus dones.
La sangre no miente, aun cuando quien la lleve circulando ignore sus antecedentes lejanos o próximos. La sangre habla, grita y empuja. Por eso, las fuentes afro de la inspiración del Joe le prendían el deseo de escribir su música y arreglarla. Él no tenía por qué empeñarse en escrutar otras realidades de otros orígenes, ni siquiera por efecto de las presiones sociales. La progenitura africana de Rebelión, verbigracia, es una genuina vibración de sus ancestros.
Pero aquí, en nuestro Caribe, durante la juventud del Joe, la seducción de sus ritmos y sus letras, así como los registros de su voz, caían bien en los oídos y los gustos del público: de los blancos, los indios, los negros y los forasteros que vienen en pos de aventuras a esta cuenca abierta y franca, en la que las canciones y sus resonancias han sido un factor de unidad a lo largo de una historia llena de hitos y transculturaciones.
El Joe Arroyo nació en una década en la que las ciudades del litoral norte cantaban y bailaban los sones, los danzones, las congas y las guarachas cubanas, los merengues dominicanos y la salsa puertorriqueña, tanto como los porros y las cumbias nativas, y faltando poco para que los aires de otras islas del Caribe nos invadieran con las baquetas y mazos de su percusión. Todo un banquete para el oído de un músico al que le ardía, precozmente, una vocación desbocada.
¿Cómo desconocer el genio de quien captó esa riqueza y la aprovechó para definir un producto novedoso con estilo propio?
Lástima las dobleces que azuzan las trampas de la fama. La voluntad del triunfador se doblegó ante el ímpetu de los placeres momentáneos, y un camino que parecía libre de obstáculos, forrado de aplausos y delirios masivos, se quedó sin peón que lo mantuviera. La carne seguía pereciendo en las aguas del diluvio y la verdad de las falsedades nublando el discernimiento de señoritos y gamines.
Con todo, el Joe se esforzó por reponerse de las secuelas de su extravío, como si Changó le hubiera prestado su Oché (hacha sagrada) para cortar el destino adverso que se lo arrebató al arte. Quiso volver a verse –consejo del poeta Fornari a los sandungueros– en cada son, en cada vuelta y en cada golpe del timbal sonoro. Lo consiguió, y bajaron de tono los lamentos familiares, y de intensidad las depresiones personales, y decayó la ofensa que sintieron los admiradores que lo veían grande en las tarimas e impotente fuera de ellas. Reapareció el muchacho del balde en la cabeza, con sus dientes blanquecinos y sus claves.
Pero así, con el haber y el debe en las columnas del oficio, Álvaro José Arroyo supo poner en equilibrio los frutos de su numen musical, componiendo e interpretando melodías con elementos rudimentarios y sofisticados que hubieran hecho brincar, con el mismo entusiasmo, a Benkos-Bioho y a Papá Montero.

*Columnista

carvibus@yahoo.es
 

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