Columna


El Dique: inundación veranera

AUGUSTO BELTRÁN PAREJA

30 de abril de 2011 12:00 AM

AUGUSTO BELTRÁN PAREJA

30 de abril de 2011 12:00 AM

Un río seco y una inundación son extremos estúpidos, pero la madre tierra no perdona.
El Magdalena y el Dique han sido las arterias de la patria y nuestro terruño. Cuánto ha significado la compañía vivificante de sus aguas, hoy generadoras de tragedia. Es absurdo maldecirlas por ser causantes de dolor y miseria.
En 1650 un gran gobernador de carácter recio acometió la obra: el Canal del Dique, financiado con recursos de poderosas cofradías de conventos cartageneros, ha sido fundamental para el desarrollo regional.
El viacrucis del Dique comienza cuando es explotado sin invertir en su conservación. Se lo disputan el Cabildo, el Consulado y otras entidades coloniales que olerían a naftalina. La corona asume la cesión de la vía en 1790. Después en la Republica…;
El abuso lo deteriora. Sólo se utiliza en épocas de creciente. Esa obra aturde nuevos burócratas. Los engolosinó su explotación, pero después les vino el embeleco del ferrocarril entre Calamar y Cartagena. El humo, espejismo del progreso. El Dique ha transitado hacia el olvido. Esta vía fluvial terminó siendo símbolo de atraso y mala suerte. En los veranos intensos sus aguas se salaban desde Pasacaballos hasta Gambote. Hoy la sal le viene de “otra parte”.
Después de la Standard Dredging comienza un nuevo periodo trágico. Una draga haciendo un trabajo timorato. El Dique, que tanto significa para Cartagena y las gentes humildes que viven en sus orillas, se volvió mala palabra. El Estado paquidérmico no lo quiere.
Tenemos años de quejas y ruegos por la vía fluvial indispensable para el desarrollo económico y social. Politicastros lanudos y próceres calentanos continuaron un forcejeo que parecía sainete, pero también ha sido tragedia.
Con la rimbombante Planeación Nacional, un Ministerio que cambia de nombre como cambia el curso del río, anuncia la redención anhelada. La solución técnica. 
El último responsable de su trágico destino dizque fue Kempis, un fraile alemán que inspiró a un ministro todopoderoso. Durmió en su sopor místico la adjudicación de esa obra imperativa y urgente. La decisión gaseosa: “si, pero no”, como sucede  solo en nuestra patria. Todo quedó en el limbo. 
En diciembre el Dique atropelló una región que padece el abandono. Hoy se vuelve a desbordar, cuando apenas terminan de bajar las aguas del último desastre invernal. Amenaza casuchas, esperanzas de restauración y sueños de progreso. Lo peor, este agua viene del frio, porque aquí no ha caído una gota. 
El Gobierno dice que arreglará el problema del Dique cuando deje de llover: en julio. El asesor que justificó aplazar trabajos tan urgentes, ignora que en ese mes es cuando se intensifican las lluvias en la región Caribe.
La última vaina: la culpa dizque es de alcaldes marrulleros que no han adelantado obras urgentes. También caen sospechas sobre estos funcionarios. Pero no se entiende cómo pudieron malversar dineros que nunca les llegaron.
En el Caribe las “aguas de abril caben en un barril”. Desconcertados tememos otra inundación propiciada por  bambucos de papeleo y centralismo. Calamar, Soplaviento, San Cristóbal, Arenal, Mahates y Gambote, son los “pagapato”. Parece que se inundarán en menos de quince días. Otra oleada de miseria y sufrimiento.

*Abogado, Ex Gobernador de Bolívar y Ex parlamentario.

augustobeltran@yahoo.com

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