Columna


El Dique y la tortuga

JORGE ENRIQUE RUMIÉ

03 de junio de 2011 12:00 AM

JORGE RUMIÉ

03 de junio de 2011 12:00 AM

Hace muchos años, cuando el invento del Fax aún no aparecía en los recovecos de la imaginación, la humanidad se comunicaba bajo la imprenta prehistórica del telegrama. Los particulares recibían sus mensajes en unos sobrecitos blanco y azul remitidos por Telecom, mientras las empresas e instituciones de cierta importancia, tenían su propio equipo para redactarlos sin intermediarios. 

A finales de los ochenta, siendo apenas un recién graduado de la universidad, trabajé en la Cámara de Comercio de Barranquilla, y ahí aprendí la estrategia “quillera” de lograr sus proyectos ante el Gobierno Nacional: eran expertos remitiendo unos telegramas larguísimos, firmados por Raimundo y todo el mundo, incluido hasta el espíritu santo. “Los barranquilleros saben hacer sus cosas”, me decía, trabajan en equipo, son unidos, y muchas veces hasta los signatarios del cable ocupaban más espacio que el texto originalmente redactado.

Un caso cotidiano eran los telegramas enviados al hoy Ministerio del Transporte, antes de Obras, los que usaban con el objetivo eterno de presionar por el dragado de su puerto. Es increíble que se necesitarían 3 de mis columnas para relacionar los nombres de los signatarios. Encabezaba el documento, como era frecuente, el gobernador del Departamento, sus congresistas, el alcalde, la Cámara de Comercio, las universidades locales, gremios, los empresarios, y hasta los vendedores de tinto de cualquier esquina. La unión hace la fuerza, era la consigna aprendida en Curramba la bella.

Muchos años después, ya estando como empresario en la junta directiva de la ANDI en Cartagena, recuerdo que fuimos informados por enésima vez del aplazamiento de la Refinería de Mamonal. Su construcción, que se venía posponiendo desde hace 20 años, era objeto de nuevas excusas y aplazamientos por parte del Gobierno central. Viendo la situación, le conté a los presentes la experiencia aprendida en Barranquilla. Y en aquel día surgió la idea de visitar al Presidente en Palacio, con la participación de Raimundo y todo el mundo, incluido hasta el espíritu santo cartagenero. La estrategia funcionó. Fue un hecho histórico de una importancia memorable para Cartagena, y la anécdota la relaté como testigo de excepción en una columna que apareció hace 2 años en El Universal, bajo el título: “Una historia de ciudad”. Como lo anoté jocosamente en aquella oportunidad, en la visita al Presidente solo faltaron “el loco Arturo y la Carioca”, como dando a entender que la Heroica –toda– estuvo allí.  

Para terminar, quiero decir que he escrito la presente nota para resaltar simplemente que nos está pasando con el Canal del Dique lo mismo que nos ocurrió, en su momento, con la Refinería. Quiero decir, estamos manejando esta dificultad con el ímpetu de las individualidades y no con la fuerza lógica de  lo colectivo. No aprendemos. El resultado es que tenemos más de 30 años esperando los trabajos de contención de la sedimentación y contaminación sobre nuestra bahía, pero los pasos del Gobierno nacional avanzan con la misma parsimonia de una tortuga enguayabada. ¿Continúa la mamadera de gallo? 

Llegó la hora de pedir una nueva cita al Presidente -con todo el mundo a bordo- pero llevando ahora sí al “loco Arturo y a la Carioca”. 

 

*Empresario

 

jorgerumie@gmail.com

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