No es nada fácil, después de cinco años de dominio absoluto de los tres poderes, quitarle las mayorías a Hugo Chávez en “El edificio de las focas”, como apodan a la sede de la Asamblea Nacional por su sumisión al Ejecutivo. Investido de faraón por la mismísima oposición venezolana cuando resolvió retirar sus candidatos en la última elección parlamentaria, el vecino cobró esa lotería y empezó a batir su intolerancia contra las garantías de la democracia. Pero los hechos hablan. La Venezuela de Chávez está peor que la que el pueblo le confió para reconstruirla de los desastres administrativos de Carlos Andrés Pérez, Jaime Lusinchi y Rafael Caldera. Tiene la inflación más alta de América Latina, cero inversión extranjera, fuga de capitales, escasez de productos básicos, cifras inusitadas de criminalidad, energía insuficiente para la demanda diaria, corrupción a torrentes y desempleo y subempleo en la cúspide de las frustraciones. Sin embargo, con las manos libres para utilizar el Estado a su antojo y en beneficio suyo y del Partido Socialista Unido, Chávez retiene un porcentaje de adhesión popular que le sirve de respirador electoral. Eso le permite sortear los quebrantos de la economía. La oposición, por su lado, levantó el pie después del tropezón de 2005. Una alianza bien trenzada de partidos antichavistas busca obtener un número de escaños en la Asamblea Nacional para atravesarles control político a los tentáculos del faraón y ponerle contrapesos a un gobierno sin vigilancia, ni auditorías, ni jueces que lo juzguen. ¿Hasta dónde facilitarán ese propósito los electores que no teman represalias del Estado? ¿Será más ganosa la inconformidad colectiva que eficaz un régimen con saldo rojo de cambios reales? Si los opositores obtienen el 40 por ciento de los escaños, que es a lo que aspiran, el trámite de las leyes habilitantes (con facultades extraordinarias) será objeto de duros debates. Si no lo obtienen, de todas maneras habrá voces que quiebren el unanimismo que secunda el “modus gobernandi” del teniente coronel, proclive a los ataques contra la libertad de expresión, los golpes contra la propiedad privada y demás malas mañas del caudillismo. Pero Chávez también se ha ayudado con la estrategia política adecuada en determinadas coyunturas. Su giro en las relaciones con Colombia le subió puntos entre los venezolanos que nos compran y los que nos venden; en la cúpula de las Fuerzas Militares, que por ningún motivo quieren guerra con nadie, y ante la comunidad internacional, que estaba expectante ante la inminencia de un conflicto regional sin causa. La racha de elecciones ganadas por Chávez podría tener en las de hoy la última perla del collar de sus éxitos. No las perderá, sin duda, porque tuvo la ocurrencia miserable y desairada de ponderar votos y devaluarlos, por medio de ley, en las circunscripciones donde le convenga lo uno o lo otro. Es poco probable, por tanto, que lo derroten. De ahí que, además de los guarismos finales, el desempeño de la oposición y los planes que adopte tan pronto se instale la nueva Asamblea, sean definitivos para su futuro y el futuro de Venezuela, entre otras cosas porque el mapa electoral de ahora no será el mismo del debate presidencial del 2012. *Columnista y profesor universitario carvibus@yahoo.es
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