Según noticias recientes, en China ha habido una ola de suicidios entre los trabajadores que se extenúan en frenéticas jornadas de 16 horas diarias. Este frenesí laboral ha tenido como efecto colateral que los obreros chinos vivan en condiciones laborales parecidas a los albores de la Revolución Industrial, magistralmente descritas por Dickens. Según la prensa, los fanáticos del trabajo en China comen mal, leen muy poco, no se divierten, no hablan con nadie y en ocasiones, se pasan la noche en vela con las resultas de que su calidad de vida se ha degradado a niveles tan ínfimos que el suicidio es una salida.
Este fenómeno lo había previsto hace años Marcuse, cuándo anotaba que la brutal paradoja de los países opulentos era que estaban signados sicopáticamente por la esclavitud del trabajo y por la esclavitud del consumo, lo que conduce, según este filósofo, a un ciclo infernal de más trabajo y más consumo. La laboriosidad ha tenido a través de la historia muchos apologistas, por algo es una virtud. Su antónimo, la pereza, ha sido vituperada en el mundo entero, al punto de que es un pecado capital. Dante sitúa en la “Divina Comedia” a los perezosos en el vestíbulo del Infierno. “Las almas tristes que vivieron sin merecer alabanza ni vituperio” (Op. Citada Pág. 14. ED Jackson) y también dice en esta obra portentosa que dialogó en el Purgatorio con un tal Belacqua, un florentino famoso por su haraganería (Pág. 195). No obstante, la pereza, a pesar de ser muy denigrada, ha tenido sus defensores, los cuales esgrimen la tesis de que la palabra trabajo tiene un origen siniestro ya que proviene del latín “Tripalium”, (tres palos) una especie de cepo, formado por tres maderos, en el cual los reos eran atados para azotarlos y que después “tripalium” se trastrocó en trebajo (esfuerzo, sufrimiento) y finalmente se convirtió en “trabajo”.
Uno de los más ardientes defensores de la pereza fue Paúl Lafarge, un médico cubano, yerno de Carlos Marx, quien escribió una obra denominada “El derecho a la pereza”, cuya tesis es que el trabajo excesivo es amoral porque agota al individuo y acaba con la familia. En clave humorística, Enrique Jardiel Poncela decía que el trabajo no era natural, que el animal trabajaba sólo obligado por el hombre; José Asunción Silva, en un poema expresó: Trabaja sin cesar, batalla, suda /vende vida por oro/ conseguirás una dispepsia aguda/ Mucho antes que un tesoro”; y un grafiti famoso dice “La ociosidad es la madre de todos los vicios y a la madre hay que respetarla”. Corinne Maier publicó en 2004 un libro, “Buenos días Pereza”, en donde humorísticamente da algunas pautas para conjurar el exceso de trabajo, entre las cuales están: no aceptar puestos de responsabilidad, y preferir puestos inútiles como asesorías y consultorías.
A medio camino entre los seguidores de Lafarge y Maier, precursores de la contestataria contracultura antilaboral, que elogia la pereza, está la de la moderación laboral, que consiste en trabajar, divertirse y descansar. Un conocido refrán dice que una vela no debe estar ni tan cerca que queme al santo ni tan lejos que no lo alumbre. Ahí está la ola de suicidios que se ha desatado en China para corroborar este aserto.
*Directivo universitario. Miembro de la Academia de la Historia de Cartagena.
menrodster@gmail.com
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