Columna


El exilio del artista

ORLANDO JOSÉ OLIVEROS ACOSTA

03 de agosto de 2011 12:00 AM

ORLANDO JOSÉ OLIVEROS ACOSTA

03 de agosto de 2011 12:00 AM

Hace pocas semanas había decidido ir al concierto de saxofón y clarinete de Josetxo Silguero en el Centro de Formación de la Cooperación Española, con la intención de escuchar jazz mezclado con todos los ritmos de la música vasca. Llegué media hora antes porque el evento era gratis y como yo, muchos no querían quedar por fuera del lugar luego de hacer una fila que al anochecer se asemejaba a una oscura tira de butifarras ansiosas. El concierto resultó ser un éxito, el silencio y la complacencia de mis compañeros de la universidad denunciaban el mayor grado de atención posible a las notas que poco a poco iba soplando Silguero, la perfecta acústica con que envainaba el aire en el instrumento hacía pensar que los sonidos podían salirse de las notas que conocíamos para traer a este mundo, que poco sabe de los oídos, los silbidos secretos que tararean los dioses.
Pero no fue aquella situación la que me inquietó antes de dormirme. Fue la visión que tuve de un taller de pintura. Cuando caminé para ir al concierto, pasé por una de esas hondas cuevas del Centro que uno se empeña en llamar parqueaderos o talleres, y observé varias obras de arte hechas sobre lienzo, una que otra Gorda Botero mal copiada y algunos bocetos tan originales que provocaban agarrarlos y salir corriendo. En el fondo (casi ni se veía nada) estaba un señor de avanzada edad mirando televisión, en camisilla y con una pantaloneta de dril. Le pregunté que si él había sido el maestro que había pintado todas esas obras y el señor me respondió que no, que si antes había algún pintor allí ya se había ido sin dejar otra correspondencia que no fuera la firma inentendible sobre el lienzo de sus cuadros. «No me acuerdo del nombre, se fue y no dijo más nada».
¿Por qué se van los artistas? Esa pregunta me la hago siempre que siento que esta ciudad ha perdido gente que necesita, por lo menos en la órbita de los siete artes. Uno puede salir a conversar con los pintores que apenas si están aquí y los encuentra con la sala de la casa llena de lienzos sin espectadores. El apoyo que se les da es algo deficiente, los concursos, las becas que se ofrecen están hechas al estilo de las convocatorias secretas o para que unos pocos puedan acceder a estos beneficios. Pareciera que se pensara en que la literatura, la poesía, la pintura, la música no fueran más que hobbies de la juventud y de los desocupados.
Entonces cuando los artistas se convierten en célebres los reclamamos como nuestros y si nunca más vuelven al lugar que los vio crecer los tratamos de antipáticos e ingratos. La verdad es que muchos pueden sentir que nada le deben a una urbe que creía que no tenía escritores ni pintores, que no veía a sus raperos.
Con el tiempo, además de irse, los artistas terminarán por no ser artistas, lo que resulta todavía peor, y tal vez, acaben sin saber más de ellos mismos, en la oscuridad de una cueva, perdiéndose en la terrible noche de los canales de televisión.

*Estudiante de Derecho de la Universidad de Cartagena

orolaco@hotmail.com

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